Ejército Real del Perú
El Ejército Real del Perú fue la agrupación militar organizada por las autoridades españolas del virreinato del Perú para hacer frente al generalizado proceso de insurrección independentista que a principios del siglo XIX convulsionó los territorios de ultramar y que afectaron sus fronteras o su esfera de influencia.
Ejército Real del Perú | ||
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Mapa de 1780 de la provincia de Quito, el Bajo y Alto Perú y la provincia de Tucumán, territorios donde operó el Ejército Real del Perú. | ||
Activa | 1809-1826 | |
País | España (Virreinato del Perú) 1809-1826 | |
Tipo | ejército de tierra | |
Tamaño | Bajo y Alto Perú: 1809: 1.500[1]-5.000[2][3]hombres 1813: 8.000[1] 1818: 11.500[2][3] 1820 (agosto): 23.000[4][5] 1822: 20.000[6] 1823 (febrero): 18.000[7]-23.000[2][3] 1823 (septiembre): 9.000[8] 1824 (enero): 18.000[9] 1824 (agosto): 11.000-11.500[10] 1824 (septiembre): 14.287[11] 1824 (diciembre): 18.558[12] (tras Ayacucho volvieron a España 16 generales, 20 coroneles, 58 tenientes coroneles, 290 oficiales subalternos y 364 soldados)[12][13] | |
Disolución | 1826 | |
Alto mando | ||
Comandantes notables | José Fernando de Abascal (1809-1816) Joaquín de la Pezuela (1816-1821) José de la Serna (1821-1824) | |
Insignias | ||
Símbolo de identificación |
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Guerras y batallas | ||
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Denominación
En documentos españoles se le conocía como Ejército del Perú[14] haciendo referencia al ejército de esa dependencia territorial (el nombre también era usado por su rival del Río de la Plata, llamado Ejército Auxiliar del Perú, luego conocido como Ejército del Norte). Generalmente los jefes realistas le llamaban Ejército Real del Perú o, abreviadamente, Ejército Real, sin embargo durante el trienio liberal se denominó Ejército Nacional. Es menor el uso del término Ejército Español, utilizado principal aunque no exclusivamente por sus enemigos.[15] En las referencias independentistas también se encuentra el sobrenombre de Ejército Godo en relación al antiguo pueblo indoeuropeo que pobló la España peninsular.[16]
El Ejército Real durante el Trienio Liberal y la Restauración Absolutista
Durante el Trienio Liberal, que desde 1820 ocasionó en España el abierto enfrentamiento entre Liberales y Absolutistas, el Ejército Real Español paso a denominarse oficialmente como Ejército Nacional, esto se debía a que las Cortes Generales buscaban transformar a las fuerzas armadas, en ese entonces bajo el control directo del monarca y en su beneficio e intereses, en un ejército que se encontrara al servicio de la nación española. Estas ideas se habían gestado ya durante la guerra frente a la invasión napoleónica pero habían sido desechadas con la restauración absolutista de 1814.[17] Por aquel entonces en España se entendía como realista, al defensor del absolutismo mientras que en el teatro de guerra americano tenía una connotación diferente como explicaba el general García Camba:
Recomendamos a nuestros lectores tengan siempre presente que el epíteto realista era en América sinónimo de español, y valía tanto como decir defensor y partidario de los intereses y derechos de la España.(García Camba, 1846, p. 54, vol.2)
Los jefes españoles en el Perú, aunque de simpatías liberales en su mayoría, se definían a sí mismos como realistas y trataban de no tomar un abierto partido en el conflicto que sacudía a la metrópoli, esperando pacientemente el envió de refuerzos. Tras tener noticias de las victorias obtenidas por el ejército real del Perú en 1823 el periódico español "El Restaurador" de marcada posición absolutista publicaba lo siguiente:[18]
¡Ejército Real del Perú y Ejército Nacional de la España Europea! ¡Que asombroso contraste! Aquel conserva inmarchitable su título de realista y a la sombra de sus banderas victoriosas se guarnecen miles de europeos desgraciados por su fidelidad y millones de americanos, cuya lealtad raya en el heroísmo y cuyos sacrificios no tienen precio(...) Y ¿El ejército nacional entre tanto? (...) Desde que el cobarde y traidor Quiroga (...) dijo que en su primera proclama en la isla, "la conquista de América es ya imposible" parece que se conjuraron todos los elementos constitucionales para imposibilitarla.
En 1824, apoyado por 100.000 soldados franceses, el monarca Fernando VII logró recuperar sus antiguos poderes y a la vez abolir todas las leyes y disposiciones decretadas por las Cortes, sin embargo entre estas figuraba también el reconocimiento de La Serna como virrey del Perú lo que sería aprovechado por el general Olañeta para rebelarse contra su autoridad y minar el potencial realista para continuar la lucha.
Composición y organización
Las tropas reales en el Perú se componían principalmente de peruanos, entiéndase por tales a los habitantes del virreinato del Perú,[19] organizados en batallones y milicias según su lugar de procedencia y/o de la casta colonial caso de origen esclavo afroamericano, siendo así que existían unidades de negros y mulatos, como el batallón de Pardos de Arica, mientras que los mestizos e indígenas, al reconocerse como españoles, estaban organizados según sus pueblos de origen, tal es el caso del escuadrón de caballería miliciana Dragones de Tinta. Sin embargo la necesidad de cubrir las bajas de sus unidades, nutrir de soldados los regimientos expedicionarios europeos y refundir en una sola la tropa de distintas unidades, hacían que la evolución de muchos de los cuerpos de línea realistas terminasen con una reunión de compañías de castas y lugares de procedencia distintos dentro de la misma unidad expedicionaria, clara expresión de la realidad social peruana.
Étnicamente la masa de las tropas reales la formaban los indígenas y mestizos al tratarse de la población mayoritaria [20] los cuales, según sus cualidades, eran reclutados con preferencia sobre los indígenas tributarios, los negros esclavos o los criollos con oficio, y en general del resto de tejido económico productivo del país. En el contexto socio-cultural de la época la masa mestiza se componía en su mayoría de quechua hablantes los cuales no dominaban el español, lo que ha llevado a algunos autores a afirmar que el ejército realista estaba compuesto casi en su totalidad por indígenas.[21] Lo que motivaba que oficiales y suboficiales peninsulares conocieran la lengua quechua de sus tropas.
El ejército real estaba formado inicialmente por unidades veteranas (permanentes) y de milicias (movilizadas), los primeros eran soldados a tiempo completo, generalmente de dotación (Fortificaciones) como el Real de Lima, mientras que los segundos se levantaban en caso de necesidad militar. Las milicias podían ser de dos tipos: urbanas o provinciales. Las milicias urbanas, estaban limitadas más bien a la defensa de una localidad concreta y tenían componentes más irregulares. Las milicias provinciales en cambio, eran capaces de desplazarse a distancia, y tuvieron un papel protagónico y un destacado desempeño, de tal manera que sentaron las bases para la consolidación de una fuerza regular propia (como los regimientos de Línea del Cuzco o de Arequipa) y que dieron lugar a una sucesión de victorias militares, como la obtenida por el brigadier José Manuel Goyeneche en la batalla de Guaqui.
En cuanto a la organización militar esta era:
- Infantería: La infantería se dividía en batallones, se trataba de formaciones de 1000 plazas teóricas, los que eventualmente podían agruparse de uno, dos o tres adicionales para constituir un regimiento, cada batallón contaba con 6 u 8 compañías en las que a su vez formaban 100 soldados en promedio aunque esta cifra nominal solía variar. De las compañías que formaban un batallón al menos una debía ser de granaderos y otra de cazadores, ambas llamadas de "Preferencia", siendo las seis restantes de fusileros. Las compañías de Preferencia de varios regimientos podían agruparse en batallones mixtos de solo Granaderos o Cazadores en una disposición táctica ad hoc para una batalla, como sucedió por ejemplo en la Batalla de Cancha Rayada (1818). Las características de estos soldados de eran las siguientes:
-Los Granaderos: eran escogidos entre los hombres de mejor conducta y constitución física, generalmente los más altos y fornidos del batallón, constituían una fuerza de choque y recibían su nombre de las granadas de mano que originalmente usaban en los combates aunque su uso en la época era ya casi anecdótico. Su distintivo original eran las birretinas o gorros de piel de oso negro aunque lo costoso y escaso de este material hacía que fuera reemplazado también por pieles negras de perro, mono o cabra.
En un punto del campo de batalla yacían más de 30 granaderos realistas, y por la posición que tenían sus cadáveres se conocía que habían hecho una valerosa resistencia, y perecido casi al mismo tiempo en la formación que tenían á la cabeza de una columna.Memorias del general Miller, La batalla de Ayacucho.[22]
-Los Cazadores: eran soldados de infantería ligera, ágiles y de menor talla, adiestrados en tácticas de orden disperso o "guerrilla", en batalla eran usados como escaramuzadores o avanzadas. Se les entrenaba como tiradores de preferencia y en algunos casos solían portar fusiles más livianos y de mayor precisión ("Rifles" cuyo cañón en su interior era rayado para dar al disparo mayor alcance y precisión). Su distintivo era el cuerno de caza que llevaban en el Chacó o bordado en la casaca.
-Los Fusileros: constituían el núcleo de la infantería, la poca precisión de las fusiles de la época hacía que la infantería utilizara formaciones cerradas (codo a codo) disparando por salvas sobre la formación enemiga para maximizar el daño producido por sus descargas. En caso de ser atacados por la caballería formaban un cuadro, donde la primera fila esgrimía sus bayonetas y la segunda disparaba sobre los jinetes enemigos. Esta formación fue muy utilizada en el Alto Perú para repeler los repentinos ataques de los gauchos.
- Caballería
Formada por regimientos que se dividían en unidades menores escuadrones, secciones y piquetes. Originalmente la caballería realista era toda de milicias y estaba formada por dragones, estos soldados eran una especie de infantería montada, armada de fusil y sable, que combatía tanto a pie como a caballo. La caballería de línea armada de carabinas y sables aparecería por primera vez en 1813 en el Alto Perú. Los escasos escuadrones y piquetes expedicionarias fueron utilizadas de base para la creación de cuerpos de línea (Granaderos a caballo, lanceros y Dragones) o ligeros (Húsares y Cazadores montados).
- Artillería
Esta arma se dividía en artillería de plaza y de campaña, la primera utilizaba piezas fijas y de mayor calibre, como las ubicadas en la fortaleza del Real Felipe en el Callao, la artillería de campaña se componía de piezas de montaña, obuses y morteros. Se trataba de armas más livianas y fáciles de transportar.
Expediciones españolas a ultramar
Las refuerzos europeos fueron escasos durante toda la guerra. En esos años el trayecto marítimo entre Cádiz y el Callao tenía una duración de medio año. España casi no tenía barcos y los españoles simultáneamente combatían en su país contra la invasión napoleónica, y luego más parte el Trienio Liberal suprimió toda ayuda militar lo que terminó por colapsar el esfuerzo militar español. El ejército peninsular estaba inmerso y convulsionado por los conflictos civiles entre absolutistas y constitucionales, derivando en múltiples sublevaciones y asonadas cada año en España, y entre los mismos expedicionarios, en sus bases o durante su trayecto, como ocurre con la rebelión de una parte del regimiento Cantabria en alta mar y su pase a los de Buenos Aires, o la sublevación de la Grande Expedición por Rafael del Riego en la propia Cádiz. El ejército español de refuerzo en la práctica había desaparecido en 1823 a la entrada de la segunda invasión del ejército francés al servicio de la Santa Alianza, para restaurar en el trono a Fernando VII. Pero más que tropa europea, difícil de transportar hasta el Pacífico, los virreyes del Perú pedían armas y buques. A decir del historiador militar Robert L. Scheina a lo largo de toda la revolución hispanoamericana fueron 6000 hombres los que partieron de puertos de España con destino al Perú,[23] según el historiador español Julio Mario Luqui-Lagleyze los expedicionarios embarcados contabilizaron un total de 6.511;[24] sin embargo no todos ellos llegaron a su destino pues aparte de las bajas naturales durante la travesía, se debe tener en cuenta que: 1) la expedición del batallón Infante Don Carlos quedó totalmente diezmada por enfermedad en Portobelo, siendo sus restos refundidos con el Real de Lima; 2) que la expedición del segundo batallón del Burgos y el segundo escuadrón de Lanceros quedaron retenidos por el pacificador Pablo Morillo en Costa Firme, siendo sustituido el primero por el batallón americano Numancia; y 3) que, finalmente, la gran parte de la expedición del Regimiento Cantabria se sublevó o fue capturada en alta mar llegando tan solo algunos restos al Callao y al sur de Chile. En 1824, último año de sus campañas, el general Andrés García Camba dice que el componente europeo alcanzaba los 1.500 hombres para cubrir todos los frentes del virreinato (diezmado en la mitad con los años, como también ocurrió de forma parecida con el ejército expedicionario de Costa Firme de Pablo Morillo), y de ellos dice que 500 hombres combatieron en la decisiva batalla de Ayacucho.
Los refuerzos expedicionarios ostentaban el nombre de sus unidades europeas de origen, nombre que permanecía pese a que inmediatamente en campaña estas compañías eran duplicadas con tropas americanas y luego reemplazados por ellos casi completamente (excepto en sus compañías de Granaderos -llamadas de Preferencia- donde se reunía a los escasos europeos supervivientes). Entre los más famosos estuvieron los batallones Talavera, Burgos, Cantabria y Gerona y los escuadrones de caballería Húsares de Fernando VII y Lanceros del Rey. Los primeros en arribar, el Talavera, lo hicieron vía Cabo de Hornos cuando había pasado cuatro años desde el comienzo de la guerra. La mayoría de refuerzos europeos llegaron al Perú vía Panamá, y algunos eran parte de la expedición que Pablo Morillo había dirigido contra los patriotas de Venezuela en 1815. El último intento por parte de la metrópoli enviar tropas se dio en mayo de 1818 vía Cabo de Hornos. La flota expedicionaria se componía de la fragata de guerra Reina María Isabel, uno de los polémicos buques rusos, y 10 transportes contando con 2.080 individuos formados por dos batallones del regimiento de Cantabria, tres escuadrones de Cazadores-Dragones, una batería de artillería y dos compañías de zapadores. Esta tardía medida arribaba con la la esperanza de sostener la Capitanía general de Chile frente a la exitosa campaña militar que el general José de San Martín había obtenido en la batalla de Maipú, siendo que el Archipiélago de Chiloé decididamente leal a la corona y punto estratégico en la travesía por el Pacífico sur, era un punto de resistencia aislado. Sin embargo la expedición despachada de Cádiz se encontraba en pésimas condiciones de preparación, salubridad y disciplina. La tropa de uno de estos transportes (el Trinidad) se amotinó en plena travesía y tras asesinar a sus oficiales se pasó a los de Buenos Aires entregando todos los planes, rutas y señales del convoy peninsular, de forma que, ya en aguas chilenas, continuando la larga travesía la solitaria Reina María Isabel fue capturada por dos buques pertenecientes a la marina chilena y utilizada como señuelo luego, enarbolando la bandera española, para capturar uno a uno cinco transportes de ese convoy que venían a Talcahuano, únicamente cuatro transportes lograron llegar a su destino con parte de la tropa, tres de ellos desembarcando tropas en Talcahuano y uno en el Callao el que serviría de base para restaurar el regimiento Cantabria en base a tropas americanas.[25] Según el general inglés Guillermo Miller los transportes españoles estaban sumamente sucios y grasientas las cubiertas, una cuarta parte de la expedición había fallecido por enfermedad en la travesía y al menos la mitad de los restantes se encontraban de baja por escorbuto siendo que al ser capturados algunos individuos agonizaban tendidos en los portalones de las naves. Miller concluiría señalando que el poco estado limpieza en que estaba la flota, era impropio áun del servicio de la marina española.[26]
Año | Unidades y Descripción de las unidades del Alto y Bajo Perú y Chile(entreparentesis los cambios de nombre de unidades) | ||||||||||||||
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año 1813 |
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año 1814 |
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año 1815 |
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año 1816 |
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año 1817 |
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año 1818 |
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Sublevación de Riego o de la Grande Expedición
Los malos resultados de la gran expedición de Pablo Morillo de 1815 sobre el conflicto de América del sur hicieron cambiar la opinión del gobierno español y el Consejo de Indias, el 9 de noviembre de 1816, considerando sobre el destino de la brillante y costosa expedición de Morillo, reconoció que fue un desacierto enviarla a Venezuela (Montevideo se mantuvo como una farsa) en vez de reforzar México, como punto más importante de América, debido a que los ingresos mexicanos representaban el noventa por cien del total de los caudales americanos al final del periodo colonial,[33] fue un error que cambió el curso de la guerra:[34]
Parecía puesto en buen juicio que habiendo insurrección en ambas Americas y en territorios bastantemente apartados quando la Metropoli no puede atender asi misma, se contragesen todos los esfuerzos posibles al punto mas interesante y de un exito menos difícil que era la Nueva España. Con un Virrey de calidades á proposito, con oficiales diligentemente buscados, y con poca fuerza de tierra y de mar se habría pacificado en corto tiempo, y bien sostenido allí el orden publico, el gobierno ganaba un credito grande, el exemplo imponía en todas partes á los perturbadores, y el Reyno de Mexico, que de suyo es poderoso, era un apoyo para acudir á otros puntos. Lejos de esto se proyectó una expedición para el Rio de la Plata, que por su magnitud no pudo salir á tiempo, y cambiado el obgeto se dirigió á Venezuela. AGI, Estado 88.
Pero la reconquista militar se mantuvo dentro de las líneas de acción del gobierno español. La Grande Expedición fue organizada por el antiguo virrey novohispano y capitán general de Andalucía, Félix María Calleja del Rey.[35] Sus fuerzas terrestres sumaban 20.200 infantes, 2.800 jinetes y 1.370 artilleros con 94 piezas de campaña, otras de menor calibre y abundante parque a finales de 1819 en Cádiz y la isla San Fernando pero poco después estallaba una epidemia de vómito negro.[36] Había catorce escuadrones de caballería.[37] El comandante de la expedición y del ejército era el Enrique José O'Donnell, conde de La Bisbal. Las fuerzas navales que debían escoltar a los transportes iban al mando de Francisco Mourelle, eran cuatro navíos de línea, tres a seis fragatas, cuatro a diezbergantines, dos corbetas, cuatro bergantines goleta, dos goletasy treinta cañoneras. La tripulación se componía de 6000 marinos.
El destino de la "Grande Expedición" no quedó concretado. Unos historiadores creen que nuevamente iba dirigida a la América meridional (Venezuela o Río de la Plata). Pero historiadores mexicanos afirman que esta vez iba dirigida sobre México, asegurando lo más valioso de la monarquía, señalando el Río de la Plata como otro montaje para el engaño, tal como pasó con la Expedición de Morillo a Venezuela.[38][39]
Fernando VII vuelve al tema antiguo de subyugarnos, y prepara una grande expedición que llama "de Buenos Aires"; tal fue la voz que esparció, é hizo creer aun á los mismos argentinos preparándolos para su defensa; pero en realidad era para el reino de México. Su camarilla secreta le había representado que siendo esta parte lo mas precioso de la monarquía por sus riquezas, población y mayor proximidad á España, debería asegurarla á toda costa, dejando al tiempo que aferrada esta presa por medio de ella, misma se asegurasen las demás posesiones de ambas Américas. Persuadido de esta verdad Fernando confió la expedición á Calleja honrándolo antes con el título de conde de Calderon, como la persona, mas á propósito para realizar la empresa por sus conocimientos de este país.
Llegado el año 1820 se encontraba preparado en Cádiz un verdadero ejército de reconquista de 20.000 soldados, cifra impresionante para los estándares de las guerras hispanoamericanas pues como ejemplo ese mismo año el ejército realista peruano contabilizaba 7.000 hombres para cubrir todos sus frentes, mientras que el independentista al mando de San Martín tenía menos de 5.000. Esta nueva expedición española bajo el mando del conde de Calderón, tenía como objetivo reconquistar y someter definitivamente los territorios de ultramar.
Sin embargo debía conducir la expedición a América una flota compuesta por barcos antiguos rehabilitados y otros de segunda mano adquiridos al zar de Rusia, que ya habían demostrado en las expediciones anteriores no contar con las condiciones de preparación y salubridad necesarias para tan largo viaje, lo que unido a la aparición de una epidemia en la tropa y el descontento de soldados y oficiales que ya habían protagonizado pronunciamientos en los años anteriores, hicieron que estallara la sublevación del coronel Rafael del Riego, quien con las tropas a su mando, inicia un movimiento popular contra el absolutismo del rey Fernando VII, aunque no logra obtener el apoyo inicial que esperaba posteriormente los diferentes pronunciamientos liberales que se suceden después en el resto de España obligan al rey a jurar y restaurar la constitución liberal de 1812, iniciándose así el Trienio Liberal (1820-1823) cuyas consecuencias y los posteriores intentos del monarca español por restaurar el absolutismo mantendrán a la metrópoli en convulsión interna por el resto de la guerra de independencia hispanoamericana, y en consecuencia, desde el embarque de la Expedición Libertadora del Perú quedaban los realistas del Perú solos en la contienda y bajo un manto de discordia civil entre ellos, lo que a la postre desencadenará en 1824 el abierto enfrentamiento entre liberales y absolutistas del virreinato con la Rebelión de Olañeta.
Soldados, (…) yo no podía consentir, como jefe vuestro, que se os alejase de vuestra patria, en unos buques podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al Nuevo Mundo; ni que se os compeliese a abandonar vuestros padres y hermanos, dejándolos sumidos en la miseria y la opresión... Un rey absoluto, a su antojo y albedrío, les impone contribuciones y gabelas que no pueden soportar; los veja, los oprime y, por último, como colmo de desgracias, os arrebata a vosotros, sus caros hijos, para sacrificaros a su orgullo y ambición. Sí, a vosotros os arrebatan del paterno seno para que en lejanos y opuestos climas vayáis a sostener una guerra inútil, que podría fácilmente terminarse con sólo reintegrar sus derechos a la Nación española. La Constitución, sí, la constitución basta para apaciguar a nuestros hermanos de América.Manifiesto de Riego, 1820
En las zonas de acantonamiento, el 1 de enero de 1820, el coronel español Rafael de Riego junto con otros liberales convencieron a los soldados reunidos en la localidad Las Cabezas de San Juan para que se rebelaran y restaurasen la Constitución de Cádiz de 1812. La rebelión condujo a la dispersión de la totalidad de los 22000 soldados que formaban la gran expedición a Ultramar, cuya fuerza se había concentrado en Cádiz, y que abandonaron definitivamente la misión de embarcarse para reprimir a los insurgentes americanos, desautorizando a su jefe Félix María Calleja del Rey. El alzamiento fue apoyado por grupos dispares cuya común denominador era el restablecimiento de la constitución de 1812. El rey Fernando VII, sin apoyo militar, tuvo que renunciar a su absolutismo despótico y quedar prisionero bajo el poder de las Cortes liberales. Sin embargo el nuevo gobierno español constitucional sumido en una perpetua crisis por su supervivencia no resuelve llegar a la paz con los insurgentes americanos, pero interrumpe unilateralmente las operaciones militares en apoyo de los realistas en América, generando un completo abatimiento y desafección de los que permanecían leales a España. La constitución española fue restablecida en Nueva España por fin el 31 de mayo de 1820 por el virrey Apodaca. Como única medida el gobierno liberal manda a Juan O'Donojú como nuevo jefe político superior de Nueva España. La ausencia de nuevos refuerzos en un momento tan decisivo garantizó la independencia de América.
El Trienio liberal apenas sobreviviría unos años entre 1820-1823. Las potencias europeas de la Santa Alianza enviaron un ejército francés de cien mil soldados para restaurar al monarca en el trono absoluto, y dicho ejército francés permaneció ocupando España hasta el año 1828,[40] pero en España el absolutismo se mantuvo hasta 1833 fecha en la que muere Fernando VII.
Montoneras y guerrillas realistas
Habiéndome representado varios pueblos la necesidad de mantener en ellos algún armamento, que asegure su tranquilidad, (...) para que los revolucionarios no puedan impunemente alterar su reposo, teniendo sobradas pruebas de que ellos son los motores de las desgracias que han experimentado, he tenido por oportuno determinar en nombre del excelentísimo señor virrey lo siguiente: 1° Apruebo que en los pueblos que me han representado se formen partidas de hombres armados con el nombre de montoneras disciplinadas(...)Bando del mariscal José de Canterac, Huancayo 18 de mayo de 1822.[41]
Aunque a lo largo de la guerra, las guarniciones del ejército real tuvieron que hacer frente a los constantes ataques de montoneras provenientes de los pueblos insurreccionados, también contaron con algunas unidades de irregulares, que formadas por civiles realistas hicieron frente a los ejércitos independientes bajo el mismo sistema de guerrillas empleado por su contraparte independentista. En 1822 el mariscal Canterac autorizó la formación de estas partidas y en 1823 el mismo virrey La Serna intervino activamente en su organización en diversas villas y poblados de la sierra central peruana.[42] Este apoyo se manifestó hasta la misma campaña de Ayacucho, en la cual según narra el general Miller, las montoneras realistas, instruidas por el virrey, no solo inutilizaban los caminos y destruían los puentes por donde debía pasar el ejército libertador sino que hasta atacaban las columnas de bagajes, enfermos y rezagados causándoles pérdidas significativas a pesar de hallarse con escoltas armadas.[43] El general Gerónimo Valdés, por su parte refiere en sus memorias que la situación era al contrario pues las poblaciones que Miller afirmaba eran adictas a los realistas "nos retiraban por todas partes los ganados, nos tomaban los convoyes y los rezagados; se quedaban con los pertrechos y los equipajes que no podían conducirse, y, en una palabra, nos hacían la guerra de cuantas maneras estaba a sus alcances".[44] A pesar de lo dicho por Valdés, el también general español García Camba confirma lo dicho por Miller, en lo referente al apoyo que algunas partidas guerrilleras dieron a la causa del rey durante las marchas previas al encuentro de Ayacucho.[45]
Esta situación aparentemente contradictoria demuestra que tanto realistas como independentistas contaron con el apoyo de montoneras locales, algo que en el caso de las realistas la historiografía tradicional peruana prefiere omitir. En opinión del historiador Virgilio Roel,[46] los realistas supieron aprovechar al máximo las rencillas históricas existentes entre algunos poblados de mestizos e indios para ganarlos a su causa. Particularmente célebres durante la guerra en el Perú fueron los feroces montoneros iquichanos, quienes tenían hondas rivalidades con los morochucos huamanguinos y bajo el mando de su caudillo Antonio Huachaca, a quien el virrey La Serna incluso llegó a nombrar brigadier de los reales ejércitos, combatieron por la causa realista hasta mucho después de la batalla de Ayacucho. Estos autonombrados defensores de "su rey y la fe católica" llegaron incluso a levantarse contra los "anticristos republicanos" en 1839.[47]
Antecedentes
En sus orígenes el virreinato peruano no tuvo un ejército profesional y permanente, limitándose los cuerpos militares a las escoltas del virrey y funcionarios importantes siendo así que existían cuerpos de alarbaderos, lanzas y arcabuces de función más protocolaria y honorífica que guerrera, solo en casos de inmediata necesidad se organizaban milicias civiles que actuaban localmente o eran enviadas a otras dependencias territoriales que las requerían. Estas improvisadas unidades se formaron por primera vez en 1580 cuando el virrey Toledo ordenó alistar a "todos los habitantes capaces del Perú" para defenderlo del corsario inglés Sir Francis Drake que merodeaba en las aguas del pacífico sur.
Al no limitar las colonias inmediatas al virreinato peruano con las de otras potencias rivales de la corona española las funciones de estas milicias eran principalmente resguardar el imperio de ultramar de incursiones piratas, un sangriento episodio de este tipo se dio cuando en 1681 el puerto de Arica fue atacado por piratas ingleses liderados por John Watling y Bartolomé Sharp, el ataque fue rechazado por una milicia de ariqueños pereciendo en la refriega Watling y 29 de sus hombres. Hacia 1661 la capital del virreinato contaba para su defensa con 1000 milicianos divididos en cinco escuadrones de infantería y 8 de caballería.
Con cierta regularidad contingentes de hombres junto con armas, equipos y dinero eran despachados desde el Callao a otras dependencias territoriales siendo un caso común los refuerzos destinados a la capitanía general de Chile para sostener la llamada Guerra de Arauco, solo en 1662 fueron enviados por el virrey Diego Benavides y de la Cueva 950 soldados y 300.000 pesos,[48] o a Panamá para hacer frente a las incursiones de corsarios ingleses.[49]
El ejército que la dinastía de los Habsburgo mantenía en el Perú y las colonias adyacentes distaba mucho de ser una fuerza profesional y disciplinada siendo la corrupción en los subsidios militares y las influencias y favoritismos tan solo algunos de sus muchos problemas; sin embargo es a mediados del siglo XVIII, con la llegada de la dinastía Borbón al trono de España, cuando se inician una serie de reformas en las colonias americanas estableciéndose las bases para la conformación de un ejército permanente, con la creación de cuerpos regulares y milicias disciplinadas a las que se impuso la ordenanza militar española como el uso de emblemas, equipos y un uniforme distintivo.
Entre las reformas que los Borbones implementaron se encontraba la designación de los virreyes del Perú entre los mejores y más experimentados oficiales militares a diferencia de la nobleza titulada que había imperado con los Habsburgo. En 1776, año en que las colonias británicas en América declararon su independencia de la metrópoli, el llamado ejército del Perú se componía de 3.404 regulares (1.894 en Chile) y 7.448 milicias, asimismo el número de peruanos en los regimientos fijos había ido incrementándose significativamente siendo que ese mismo año el regimiento del Callao constaba de 484 plazas de las cuales tan solo 137 eran españoles siendo los restantes 31 extranjeros y 320 peruanos. Aunque los españoles y criollos constituían la alta oficialidad los mestizos dominaban la suboficialidad; las milicias indígenas que tanto habían prosperado bajo la tutela de los Borbones se vieron grandemente afectadas por la revolución de Túpac Amaru II lo que provocó que fueran reducidas considerablemente y que en 1783, fueran enviados al Perú 2.561 veteranos españoles para guarnecer y mantener el orden en las importantes ciudades de Lima, Cuzco y Arequipa.[50] Pese a estos hechos durante la posterior guerra de independencia el grueso del ejército realista estaría constituido por indígenas y mestizos, aunque su liderazgo se vería seriamente disminuido tras la rebelión del brigadier Mateo Pumacahua, contando también los realistas con la sincera adhesión de las principales ciudades de la sierra sur peruana que concentraban a las masas populares.
A principios del XIX, aprovechando la invasión napoleónica a España, El 2 de mayo de 1808, el pueblo español se subleva en Madrid, contra Napoleón y pasó a formarse las Juntas de gobierno en base a los Cabildos, la autoridad vuelve al pueblo, pactum translationis. Esta teoría política de la Escolástica española consiste en que la autoridad de los reyes que emana en su origen del pueblo, revierte a él cuando el trono queda vacante, para gobernar a nombre de Fernando VII que será conocido como “el Deseado”, que estaba preso en Bayona, y se desconoce a José Bonaparte que había sido impuesto por su hermano Napoleón Bonaparte. Los territorios de ultramar no eran ajenos a estos hechos formándose en América Juntas de Gobierno. Las juntas se constituyeron so pretexto de defender los derechos de Fernando VII, aprovechando las circunstancias de la crisis imperial de 1808 –1810, los líderes criollos independentistas inician los primeros movimientos libertarios en diversas partes del continente americano, lo que obligó a los virreyes del Perú a acelerar la formación de un ejército capaz de mantener y garantizar los derechos del Rey en América.
Campañas del Ejército Real (1810-1824): catorce años de triunfos
¡Soldados! Los enemigos que vais a destruir se jactan de catorce años de triunfos; ellos, pues serán dignos de medir sus armas con las vuestras que han brillado en mil combates.
¡Soldados! El Perú y la América toda aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria, y aún la Europa liberal os contempla con encanto porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo. ¿La burlaréis? No. No. Vosotros sois invencibles.Arenga de Simón Bolívar a sus tropas, agosto de 1824
En 1809 los peruanos disponían de 1.500 hombres de línea apoyados por 40.000 milicianos. El virrey Abascal trabajó enérgicamente para crear un poderoso ejército regular (8.000 plazas en febrero de 1813) apoyado por una escuadra que le daba la supremacía en el Pacífico Sur.[1] El virrey estableció dos campamentos (Bellavista y Chorrillos) donde se acuartelaban a los efectivos en dos divisiones. Estos eran distribuidos según su provincia y habilidades, los cuzqueños usualmente iban a infantería, los cochabambinos a caballería y los negros de Chincha a unidades costeras; la artillería, por sus privilegios, conseguía sus reclutas de forma voluntaria.[51]
Pronto el ejército acuartelado en los alrededores de Lima se componía del regimiento Real de Lima (2200 veteranos), el batallón Disciplinado del Número (1.500), el de Pardos (1.400), el de Morenos (600), el del Comercio (800) y cuerpos milicianos de provincias cercanas (600). Hubo un regimiento de la Nobleza teóricamente formado por tres batallones (1000). Esa era la infantería, en tanto que la caballería el escuadrón Carabayllo (150 plazas), el de Chancay y Huaura (100), el de Pardos (150), el de Morenos (80) y regimiento Dragones de Lima (600).[51][52] Esta solía organizarse en regimientos de dragones, aunque en realidad sólo fueran milicianos, por todo el país. A partir de 1813 empezaron a llegar algunas unidades de veteranos peninsulares. Primero fue un batallón de Infantería, los Talavera, y artilleros (1.473 hombres); en 1814 se les unieron en varios envíos 118 soldados y oficiales; en 1815 el batallón de Infantería Ligera Gerona (1.479); y en 1816 el batallón de Infantería Infante Don Carlos, un escuadrón de caballería y artillería, todas unidades incompletas (723).[51]
Respecto de la artillería, su antecesor, Gabriel de Avilés y del Fierro, le dejó 200 hombres y 16 caballos acuartelados estrechamente en el colegio de los Desamparados. La reorganizó en una brigada de 342 plazas montadas o de a pie con 50 caballos, construyó en plaza Santa Catalina un nuevo cuartel con parque, maestranza, armería y sala de armas.[52] También construyó una batería de ejercicios, un taller de fundición de cañones y un balerio. Todo gracias al trabajo de los soldados y 60 prisioneros ingleses que estaban en el Callao. Así pudieron fabricar más de 100 cañones (52 de los cuales, de 4 libras, sirvieron en las campañas de Alto Perú, Quito y Chile en 1813-1816), todos con carruajes, dotación de proyectiles, correajes, tiendas de campaña, armas de chispa y blancas, cartucheras, etc. Todo esto fue enviado a apoyar el esfuerzo bélico realista en otras regiones de Sudamérica. También concluyó la nueva fábrica de pólvora (la anterior fue destruida en un incendio en 1792). Ocho mil de sus quintales fueron enviados a Cádiz a mediados de 1812 para ayudar en su defensa. Por último, aprovechando los destrozos del terremoto del 1 de diciembre de 1806, reconstruyó o reparó numerosas defensas de la bahía.[53] En el mar estableció un almirantazgo con base en el apostadero naval del Callao, donde mercantes y su flotilla de guerra recalaban. Gracias a ella pudo apoyar a sus aliados en Chile y Montevideo. Tenían 400 hombres apostados en la fortaleza del Real Felipe encuadrados en un cuerpo de infantes de marina.[51]
Campañas de 1810 - 1816
El Ejército de operaciones en Quito y Nueva Granada
En 1809 los patriotas quiteños conformaron la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito, declarando su independencia de España. A solicitud del depuesto gobernador realista Manuel Ruiz Urriés de Castilla, Conde de Ruiz de Castilla el virrey Abascal envió a Quito al coronel Manuel Arredondo con 180 artilleros y parte del batallón Real de Lima y algunos oficiales y soldados de cuerpos de Pardos para formar nuevos cuerpos realistas con los que fueran incorporados en Guayaquil.[54] Las tropas limeñas ocuparon Quito (noviembre, 1809), pero los patriotas la recuperaron en agosto de 1810. Abascal envió al general Toribio Montes, peninsular que se hallaba en Lima, disponiéndose a marchar a Guayaquil con un poderoso ejército de 2 mil hombres que derrotaron a los patriotas quiteños. Los patriotas quiteños encontraron la oposición y el rechazo de Cuenca, Guayaquil y Pasto y la rebelión fue fácilmente sometida, el 4 de noviembre, Montes entraba en Quito haciéndose cargo de la Presidencia. La victoria del general Montes se explica también por la ayuda prestada por Cuenca y Guayaquil que no estaban de acuerdo con las ideas separatistas de Quito, siendo la mayoría de los principales líderes del Estado de Quito capturados y siendo anexada la provincia al Virreinato Peruano desde 1810. Por su parte, en el sur de Colombia, bajo la tutela del Virrey del Perú, José Fernando de Abascal, el bloque realista integrado por Popayán, Pasto y Barbacoas, tuvo como sus rivales más inmediatos primero a Quito, y después a Cali y Santa Fe de Bogotá, por lo tanto, ocupo un espacio estratégico que servía de frontera entre los dos territorios insurgentes más importantes surgidos en el Virreinato de Nueva Granada. La alianza entre el gobernador de Popayán, Miguel Tacón, y el virrey peruano Abascal se vio fortalecida una vez la Junta de Bogotá depuso al Virrey neogranadino Antonio José Amar y Borbón en julio de 1810. Tanto en lo militar como en lo ideológico fue vital el apoyo de Abascal, si bien la ofensiva insurgente se expandía y consolidaba al norte de Popayán, el peso ideológico de la causa realista se mantuvo viva en consonancia con su vitalidad en Lima, consiguiendo que se sumaran a la defensa de su territorio los pueblos indígenas, los esclavos y los negros libres situados a lo largo de los ríos Micay y Patía que conectaban a Popayán con el Pacífico en la bahía de Buenaventura, resaltando caudillos aliados como Agustín Agualongo. Por medio de sus vínculos con el Perú, a Popayán, Barbacoas y Pasto, Abascal les brindaba una estabilidad que habían perdido en el virreinato de Nueva Granada, no obstante, el giro de Tacón a favor de Abascal le hizo ganar el descontento de las elites locales, los oligarcas de Cali rechazaron su determinación y despotismo, lo que hizo estallar el conflicto. Los realistas convergían al sur, en Pasto, Patía y Barbacoas, pero entre 1810 y 1814 surgieron proyectos autonomistas al norte de Popayán, representada por la Confederación del Valle del Cauca localizados en Cali, Buga, Anserma, Toro, Cartago y Caloto en alianza con Santa Fe. En diferentes momentos estás ciudades buscaron una alianza con Antioquia y Cartagena. La región suroccidental de Nueva Granada se convirtió en un bastión del realismo, vinculadas militarmente a las fuerzas peruanas del Virrey Abascal, así como en los polos realistas de Guayaquil, Cuenca y Panamá, ante ello la región de la costa del pacífico de Popayán se volvió estratégica porque el mar facilitaba las comunicaciones de Popayán y Lima, siendo así lógico que Popayán se volviera el centro de la disputa y la confrontación, siendo intermitentes los ataques, saqueos y ocupaciones. La ascensión de Toribio Montes al poder en Quito en 1812 dio un giró positivo para las fuerzas realistas del Pacífico de Nueva Granada y el Ejército Real del Perú, pues al fin se había formado un gobierno estable entre Pasto y Lima, permitiendo mejorar sus comunicaciones y unificar acciones militares contras los rebeldes del Valle del Cauca y Santa Fe de Bogotá.[55] En su apogeo durante la Campaña de Nariño en el sur, los realistas de Pasto y Popayán, con apoyo de Quito y el Ejército Real del Perú, llegaron a tomar Antioquia.[56] También en la Capitanía General de Caracas acontecieron hechos que, desde sus inicios hasta su sofocamiento por parte de las tropas peninsulares de Pablo Morillo en 1815, tuvieron relación con el Perú.
El Ejército de operaciones del Alto Perú y el Río de la Plata
Apenas producida la Revolución de Mayo en Buenos Aires y vencida la contrarrevolución de Córdoba, Abascal declaró incorporadas al Virreinato del Perú las provincias del Alto Perú —la actual Bolivia—, como lo fue hasta 1776, y asumió el control militar y la defensa de esos territorios frente a los avances de los ejércitos "de abajo". Para enfrentar a la junta de Buenos Aires, el virreinato del Perú de Abascal auxilió a los realistas de las provincias de Córdoba y Charcas. sobre las cuales trataban los patriotas argentinos de extender la independencia. Por su parte, el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia permaneció ajeno a la lucha independentista, escindiéndose tanto del imperio español como del Río de la Plata, además de mostrar una actitud hostil a pretensiones de intervención de tropas de Lima o Brasil.[57] En cambio no bastó la tenaz defensa de Montevideo por parte de Francisco Javier de Elío para acabar en el Río de la Plata con los impulsos revolucionarios dirigidos por los sucesivos gobiernos porteños. Tras algunos triunfos iniciales, Montevideo terminó sitiada durante largo tiempo, y la caída de la ciudad en poder de los revolucionarios porteños selló el triunfo emancipador del Río de la Plata. Aunque el Ejército Real del Perú no envió tropas, sí que ayudó a los rioplatenses (primero en su lucha contra Inglaterra y después para acabar con la insurrección contra el Rey en la Revolución de Mayo) con material de guerra. Auxilió al general Elio (gobernador del lugar entre 1807-1810) a liberar la plaza de Montevideo por medio de 1.000 quintales de pólvora, junto a su munición, en dos ocasiones, además de 500.000 pesos y una fragata cargada con trigo enviada por la ruta del cabo de Hornos. Apoyó a su vez al brigadier Gaspar de Vigodet (gobernador de dicha plaza desde octubre de 1810 hasta su pérdida a manos de los insurgentes el 23 de mayo de 1814) y a los capitanes de navío a su mando José María de Salazar y Luis de la Sierra, dilatando de este modo la rendición de dicha plaza, enviando 3.000 quintales de pólvora, 200 quintales de proyectiles, 200.000 cartuchos y 3.000 espadas por la vía chilena, además de un apoyo financiero de 600.000 pesos, gracias a las tesorerías de Arequipa y Puno, por la ruta del Cuzco.[58]
Si se tienen en cuenta los movimientos del Alto Perú de 1809, es el propio de una guerra civil propiamente dicha. Las tropas de ambos bandos son de igual origen y el conflicto se llevó entre los virreinatos del Perú y Río de la Plata, aún no declarado independiente hasta 1810. Desde las perspectivas de las operaciones el Ejército Real debió tomar la ofensiva, entrando en territorios rebeldes (Chile y Alto Perú) en tanto que la costa y el interior del Virreinato se mantuvieran en calma frente a las amenazas revolucionarias. Pronto, los escenarios bélicos cambiaron y los frentes se ensancharon. Ante esta circunstancia, Abascal decidió asumir la defensa del "Alto Perú" contra los "defensores" del monarca español de las juntas salidas tras la Revolución de Chuquisaca. Un grueso ejército (compuesto por criollos y curacas con sus respectivos indios, liderados por el intendente de Huarochirí, coronel Juan Ramírez, y por José Manuel de Goyeneche, presidente interino de la Audiencia del Cuzco), con el apoyo económico de los criollos arequipeños, emprendió la campaña contra la junta paceña. El 25 de octubre de 1809, los peruanos vencieron a los insurgentes y 86 de ellos fueron ejecutados. Por su parte, Mateo Pumacahua, curaca de Chinchero (Cuzco), al mando de 3 mil hombres aplastó la rebelión del curaca Manuel Cáceres, en La Paz. A partir de 1810, se sucedieron los intentos independentistas en el Río de la Plata; por ello, para evitar futuras insurrecciones en la Audiencia de Charcas, Abascal la incorporó nuevamente al territorio del Virreinato del Perú por medio del decreto del 13 de julio de 1810.[59] Teniendo como base los cuerpos milicianos de la Intendencia del Cuzco a los que posteriormente se sumaron los creados en el Alto Perú, el 13 de julio de 1810 el virrey Abascal organizó el llamado Ejército de operaciones del Alto Perú que tuvo entonces como principal oponente al Ejército del Norte argentino, que con el apoyo de montoneras y guerrillas de las Republiquetas de Charcas, trató infructuosamente de socavar la dominación española en el Alto Perú que ocupó y desocupó continuamente, de forma que el virreinato logró contener y derrotar su avance en tres importantes campañas ofensivas. En ese abrupto Alto Perú, lleno de marchas y contramarchas, se destacaron, por su habilidad y eficacia, José Manuel de Goyeneche y José de La Serna, estrategas que han pasado a la historia militar por su destreza en las victorias como en la —Batalla de Huaqui, Batalla de Vilcapugio, Batalla de Ayohuma y Batalla de Viluma— donde destrozaron, una y otra vez, a las tropas porteñas. Goyeneche sometió las ciudades de La Paz, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí tras batalla de Guaqui (1811) otorgando al general Goyeneche el título de conde de Guaqui. Se restableció la subordinación al virrey de Lima en los territorios de la Audiencia. La campaña de Goyeneche sufrió un descalabro muy grave debido al fracaso de Pío Tristán, otro arequipeño realista, en las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813) donde fue derrotado por los patriotas de Buenos al mando de Manuel Belgrano. Ante ello Abascal nombró como nuevo jefe al Brigadier Joaquín de la Pezuela en reemplazado del general Goyeneche, que perdió el favor del virrey luego de los desastres de Tucumán y Salta. Pezuela venció a Belgrano en las batallas de Vilcapuquio y Ayohuma. Con estos triunfos, Pezuela recuperó todo el Alto Perú. Estas victorias lo llevarían muy pronto al gobierno del virreinato. Los argentinos retrocedieron hasta Salta y Tucumán, iniciándose la Guerra gaucha.[60]
Sin embargo, en la Republiqueta de Santa Cruz surgirían algunos reveses para el Ejército Real del Perú. En 1810 Juan Manuel Lemoine fue nombrado gobernador de Chiquitos por la Primera Junta de Buenos Aires, pero luego de la batalla de Huaqui volvió al control de los realistas en 1811 apoyados por fuerzas portuguesas, pues, tras la derrota revolucionaria en la Batalla de Huaqui del 20 de junio de 1811, el teniente coronel realista de José Miguel Becerra tuvo que ser ayudado por el comandante luso-brasileño Luiz d'Albuquerque de Mello e Cáceres, quien intervino invadiendo Chiquitos y Cordillera, y restauró el gobierno realista en Santa Cruz de la Sierra entre agosto y septiembre. Luego Becerra ocupó Membiray el 11 de noviembre y apresó a Salvatierra. El 22 de noviembre de 1811 fue nombrado por José Manuel de Goyeneche como gobernador intendente de la nueva Intendencia de Santa Cruz de la Sierra, separada de la jurisdicción de la Intendencia de Cochabamba. Antonio Vicente Seoane logró huir al Partido de Yungas uniéndose a José Miguel Lanza, líder de la Republiqueta de Ayopaya. Posteriormente, tras la aproximación de las fuerzas rioplatenses del uruguayo-argentino Ignacio Warnes, el ejército real del Perú tuvo que dejar sus posiciones tras la Batalla de La Florida y pedir socorro a tropas reales luso-brasileñas de la Capitanía de Matto Grosso (quienes dieron refugio a algunos oficiales realistas como Becerra[61] o Juan Francisco Udaeta).[62] A pesar de esas victorias parciales de los patriotas, se impondría la autoridad real tras la victoria en la Batalla de El Pari, la batalla más sangrienta de toda la Guerra de Independencia Hispanoamericana.
El gobierno de Buenos Aires comenzó a estudiar una nueva expedición sobre el Alto Perú. Comandada por el General José Rondeau, quien fue derrotado por Pezuela en la batalla de Viluma (1815), recibiendo en premio el título de marqués de Viluma. La batalla de Viluma tuvo graves repercusiones para el ejército del Río de la Plata. Aparte del desbarajuste de su ejército, supuso la pérdida definitiva del Alto Perú para la junta rioplatense. El general José de San Martín estuvo preparando una estrategia diferente: no penetrar al Perú por el Alto Perú, sino por Chile, para llegar a Lima a través del Pacífico.
Para comprender el fracaso de estas rebeliones frente a la autoridad virreinal, tenemos que ver su composición social. De acuerdo con Vargas Ugarte:[63]
El movimiento de Chuquisaca como el de Quito fueron obra de una camarilla minoritaria y no recibieron su impulso de la masa del pueblo. Más todavía, aunque no faltaron patriotas sinceros en las filas de los tumultuantes, es preciso confesar que el ideal de libertad no era el móvil que arrastro a muchos a tomar parte en estas asonadas (...) A todo esto, se suma el regionalismo y el faccionalismo de los rebeldes.
Tras la completa pacificación del Alto Perú para 1817, la provincia de Tarija se transformó en el límite geográfico del avance revolucionario de las provincias "de abajo", desde donde se dieron invasiones peruanas a las provincias del norte argentino en el contexto de la Guerra gaucha, lo que motivaría el cambio de la planificación continental de los revolucionarios rioplatenses en su avance sobre el Virreinato del Perú, centro del poderío militar realista, lo que solo sería logrado después del retiro de Abascal, ya que tras su destitución, no se pudo avanzar más allá del territorio en disputa ni peligrar la independencia de Buenos Aires. Lo que a la postre produciría la independencia de Chile y daría lugar a la expedición libertadora al Perú, permitiendo a Bolívar y la corriente libertadora del Norte concluir con la dominación española y dar fin al último baluarte realista en América del Sur.
El Ejército de operaciones de Chile
En la Capitanía General de Chile, a pesar de los intentos golpistas de José Miguel de Carrera y las cabriolas de Bernardo O'Higgins, la Reconquista real de ese territorio fue posible gracias a las tropas enviadas por Abascal desde el Perú. Si bien los virreyes concentraron la mayor parte de sus esfuerzos militares en el frente altoperuano, no descuidaron a la Capitanía General de Chile, donde los patriotas chilenos habían organizado una junta autónoma de gobierno en Santiago el 18 de septiembre de 1810. Esta junta tenía la finalidad de mantener en un comienzo la lealtad al rey español ante la invasión francesa de España, pero con el tiempo se fue radicalizando el pensamiento de la junta mostrando sus intenciones de querer buscar una separación definitiva con la metrópoli.
Este hecho motivo a que el virrey Abascal se viera en la necesidad de enviar a Chile un ejército para derrocar a los patriotas chilenos. El virrey planificó inicialmente enviar una poderosa fuerza de 1.500 soldados del virreinato peruano, pero viendo el caos político que había en Chile y la necesidad de dichas tropas en otros frentes, optó por enviar un grupo de oficiales y reducido número de soldados con la idea de organizar un ejército con tropas chileno realistas. Esta misión fue encargada al brigadier Antonio Pareja que salió del Perú con sólo 20 oficiales y 50 soldados[64] más algunos recursos militares como armas, dinero y uniformes para formar un ejército en las provincias chilenas leales al rey con el cual sofocar la rebelión.[65] Estas provincias que eran de la zona sur de Chile demostraron no ser muy afectas a la causa patriota y sus habitantes pasarían a formar el grueso del Ejército Real de Chile que lograría vencer a los patriotas.[66]
El brigadier Pareja, al llegar a Chile por vía marítima a comienzos de 1813, comenzó la campaña con relativo éxito al obtener para la causa realista recursos y tropas locales, y hacerse con el control de los territorios al sur del río Maule. Sin embargo, su ejército sufrió luego varios reveses militares y él muere a causa de una enfermedad en mayo de ese año, teniendo como consecuencia la pérdida del territorio ganado al inicio. En esos momentos difíciles llegaba del Perú un refuerzo enviado por el virrey compuesto de dinero, funcionarios administrativos y 38 oficiales a cargo del brigadier Simón Rábago que venia como segundo jefe de Pareja. Este refuerzo fue capturado en junio por los patriotas en Talcahuano.[67]
Al tener conocimiento el virrey de la situación de los realistas en Chile envió una nueva expedición a cargo del brigadier Gabino Gainza, recientemente nombrado capitán general de Chile, quien con 200 soldados escogidos del regimiento Real de Lima, del que era jefe, se embarcó para el sur llevando también los pertrechos necesarios para reforzar a los realistas chilenos. Gainza desembarcó en Arauco a comienzos de 1814 con sus tropas y un refuerzo de 600 hombres enviado desde Chiloé,[68] y procedió a unirse a las tropas realistas que había en el territorio y que estaban interinamente bajo el mando del teniente coronel Juan Francisco Sánchez luego del fallecimiento de Pareja. Al tomar Gaínza el mando efectivo de todas las tropas reavivó la guerra contra los independentistas chilenos, que había caído en una situación de cierta inmovilidad. Se sucedieron durante tres meses varios enfrentamientos que no produjeron resultados concluyentes, solo agotaron y dejaron en pésimas condiciones logísticas a ambos bandos por lo que luego de varias negociaciones Gaínza firmó con los patriotas el Tratado de Lircay, en el cual logró que los revolucionarios aceptaran la soberanía de Fernando VII rey de España, pero comprometiéndose el jefe realista a abandonar con sus tropas la provincia de Concepción. Este acuerdo indignó al virrey, provocando la destitución de Gainza del mando del ejército y nombrando en su lugar al coronel Mariano Osorio. Este nuevo oficial dirigió una nueva expedición a Chile llevando de refuerzo al batallón Talavera de la Reina y una compañía de artillería con 6 piezas, parte de esas tropas habían llegado recientemente llegados de la Península pero la mayoría eran peruanas.[69] Una vez en Chile Osorio organizó el ejército y marchó hacia Santiago para vencer de una vez a los patriotas. En esos momentos los patriotas venían recién saliendo de una guerra interna provocada por las desavenencias entre sus principales líderes, pero se volvieron a unir para hacer frente al nuevo avance realista. Sin embargo, los patriotas con un ejército mermado por la lucha interna mencionada y ante las vacilaciones de sus jefes para ejecutar un plan que les diera el triunfo, son finalmente derrotados en octubre por las tropas de Osorio en Rancagua, provocando la caída del gobierno independentista y la huida a las provincias argentinas de los principales líderes y los restos del ejército patriota. La victoria de la batalla de Rancagua y la captura de Santiago posibilitaron reabrir el importante comercio chileno-peruano, que sorteó los intentos de agotarlo por parte de los corsarios rioplatenses. José de la Guerra habría recibido una carta de un armador de mercantes de Lima avisando que las costas peruanas estaban bloqueadas por corsarios argentinos hacia 1816 y 1817.[70] Las precauciones se intensificaron al conocerse los ataques de Brown a Guayaquil y el Callao, y el avistamiento de barcos (probablemente corsarios chilenos) vigilando los puertos de San Blas, Acapulco, Teacapán, Ventanas y Tomatlán en Nueva España.
El Ejército Real al servicio de la Contrarrevolución en el Perú
El virrey Abascal sentía especial predilección por las tropas americanas, ante las reiteradas muestras de fidelidad y valor que le brindaron. Intentó dar un sentido autóctono a la contrarrevolución, creando unidades especiales de americanos y peninsulares unidos que redundaron en un óptimo resultado, en especial en las sublevaciones liberales del Cuzco en 1814 cuando derrotaron a los insurgentes cuando se tambaleó la causa bonaerense y no halló eco en la sociedad peruana y menos en el Ejército Real, cuyas escasas sublevaciones fueron sofocadas sin obtener el éxito esperado por los revolucionarios. Las tropas se reclutaban en los territorios americanos, y sin duda, el gran proveedor de ellas durante toda la guerra fue el propio virreinato del Perú, donde todas las intentonas secesionistas fracasaron rápidamente, como la Insurrección y Rebelión de Tacna de 1811 y 1813 (al cual los tacneños esperaban unirse al Ejército de Buenos Aires) la Rebelión de Huánuco o la Rebelión de Aymaraes.
Las principales rebeliones que se dieron en el interior del virreinato se realizaron en el sur, en este respecto, afirma O’Phelan que el sur de los Andes mostró una “consistente permeabilidad a la protesta social”, esto debido a ciertos factores que se expresaron con mayor fuerza en los territorios surandinos, como la mita minera y el tributo indígena, lo que influenciados en gran medida por las proclamas argentinas y chilenas en el Alto Perú, o malentendidos al respecto sobre la validez de la Constitución de Cádiz, incentivaría revueltas. En Cusco se sublevaron los Hermanos Angulo en 1814, secundados por Mariano Melgar, Mateo García Pumacahua y los curas Gabriel Béjar, Manuel Hurtado de Mendoza, Ildefonso de las Muñecas y el clérigo José Díaz Feijóo. Por su parte, la revolución del Cuzco de 1814 sería a su vez un suceso importantísimo dentro de los límites territoriales del virreinato peruano. Las garantías que ofrecía la vigente Constitución de 1814 y que no habían tenido los rebeldes de León de Huánuco, proporcionaron a los cuzqueños un marco legal totalmente distinto. La negativa a publicar y jurar la Constitución gaditana en la Audiencia del Cuzco, fue el pretexto de los criollos de la antigua capital de los Incas para su protesta. Fue Mateo Pumacahua quien sería uno de los líderes de esta rebelión. Sin embargo, es llamativo que haya sido también este cacique un defensor de la Corona durante el movimiento tupacamarista de 1780. Hacia fines de 1814, y tras una sucesión de hechos en los que inclusive se le llegó a considerar como un desertor de la junta cusqueña, una visita cambiaría por completo el escenario. José Angulo, que había sido apresado un año atrás por intentar tomar la plaza cuzqueña, visitó a Pumacahua para convencerlo de renunciar al bando realista y formar parte de los rebeldes. Traiciona así el cacique al poder virreinal, y se convierte en mariscal del levantamiento del Cuzco. En la intendencia de Arequipa se levantaron en armas Francisco Antonio de Zela en Tacna (1811), el franco-español Enrique Paillardelle y Julián Peñaranda en Moquegua (1813), con estrechas vinculaciones con Manuel Belgrano y, como parte del levantamiento del Cusco, Mariano Melgar se rebela en Umachiri (Arequipa), en 1814. Más al norte,el criollo Juan José Crespo y Castillo hace lo propio en Huánuco (1812). Todas fueron reprimidas por el Ejército Real del Perú y sus líderes fueron encarcelados o ejecutados como traidores y conspiradores.[71] Estos levantamientos fueron importantes por dos motivos: el interés de algunos sectores de las provincias del sur de unirse políticamente al Alto Perú y el deseo de los criollos de involucrar en ese proceso a la masa indígena a través de alianzas con curacas de reconocido prestigio.
Dentro del Perú, el caso de las rebeliones de Huánuco, Pantaguas y Humalíes es detallada por Eduardo Torres, quien señala que estas, al igual que la gran mayoría de revueltas de aquella etapa, no buscaron el separatismo. Quienes formaron parte de estas rebeliones tuvieron como motivación la búsqueda de reactivación del “pacto de antigua data que los unía con la monarquía” y, además, iniciaron una disputa entre el estilo del Antiguo Régimen – referido al estilo de administración de los Habsburgo– y el modernismo propuesto por los Borbones. El modelo Antiguo se centraba en una inherente ligación entre el rey y sus súbditos, lo que lograba una relación más estrecha. Era precisamente ello lo que buscaban retomar los rebeldes de León de Huánuco, por lo que queda demostrada la tesis inicial de Torres Arancivia: los actores sociales partícipes de estas revueltas no tuvieron en mente la idea de separarse de España. En ese sentido, se les podría catalogar como reformistas porque se rebelaron “no para declarar la ruptura con respecto a su rey, sino para llamarle la atención sobre el desvió [sic] de su justicia”. Fue en torno a esa premisa que acuñaron el vítor de “Viva el rey, muera el mal gobierno”, siendo Abascal rotulado como líder del “mal gobierno” y Fernando VII como el rey a quien había que seguir, al menos hasta que los peruanos notasen que El Deseado no era más el ser místico que creyeron que sería.[72]
Fue con ese reforzamiento en otras zonas de la América española que Abascal culminó su obra maestra. Había logrado que Lima resista los más difíciles embates de crisis de la historia del Imperio español y, no satisfecho con ello, había enviado expediciones militares a lugares fuera del virreinato del Perú con el objetivo de mantener unidos los territorios en América con los peninsulares. Y había triunfado en cada uno de sus propósitos. Pese a todos los problemas que se le presentaron, para cuando dejó el Perú en 1816, Fernando de Abascal había logrado convertir a Lima en el bastión del realismo español.
Campañas de 1817 - 1821
La corriente libertadora del Sur
En 1816, tras diez años de gobierno y exitosas campañas militares el virrey Abascal regresó a España, le sucedió Joaquín de la Pezuela militar que se había distinguido en la guerra del Alto Perú, sin embargo su gobierno no empezó con los mejores auspicios pues en febrero de 1817 el general José de San Martín cruzó la cordillera hacia Chile a la cabeza de un numeroso Ejército de los Andes, reunido en Mendoza y formado por soldados argentinos y algunos restos del derrotado ejército chileno al mando de O'Higgins, tomando por sorpresa y disperso al Ejército Real de Chile venciéndolo en la Batalla de Chacabuco tras lo cual ocupó la capital.
Fue tal la sensación que esta desgracia produjo entre las esparcidas tropas reales, que al día siguiente se abandonó la capital sin más pensamiento que el de acudir a Valparaíso, cada uno como podía, para embarcarse para Lima, aumentando el desorden y el espanto las familias que se precipitaban a ganar un buque porque se creían comprometidas. Consiguientemente el general Marcó del Pont, muchos jefes y oficiales, las principales autoridades y la mayor parte de la tropa cayeron en poder de los vencedores, quienes sin más resistencia invadieron todo el país hasta las confines de la fiel provincia de Concepción de Penco.Gnrl. Andrés García Camba[73]
Estas noticias causaron conmoción en Lima, por lo que el virrey dispuso el envió de una tercera expedición nuevamente al mando del brigadier Osorio, compuesta de compuesta por 3.276 hombres y 10 piezas de artillería[74] con ella iban algunos soldados españoles recientemente llegados al Perú formados por el batallón Burgos y el escuadrón de Lanceros del Rey, este pequeño número de tropas europeas sería el último que se recibiría como refuerzo de la metrópoli. Una vez en Chile y reforzado con el ejército real de esa capitanía Osorio al mando de 4.612 hombres con 14 cañones obtuvo un sorpresivo triunfo en Cancha Rayada sobre los patriotas que contaban con casi el doble de hombres y cañones (8.011 soldados y 33 cañones) sin embargo y pese a sufrir considerables bajas (2.420 hombres entre muertos, heridos y dispersos) San Martín logró reagrupar sus tropas y obtener un decisivo triunfo en Maipú que consolidó la independencia de Chile. Esta derrota desprestigio hondamente al virrey Pezuela y al brigadier Osorio.
Para afianzar su independencia el nuevo gobierno de Chile organizó una expedición libertadora al Perú que dueña del mar desembarcó, al mando de San Martín, al sur de Lima en 1820. Los jefes realistas sumamente descontentos por el rumbo que había tomado la guerra depusieron a Pezuela en enero de 1821, nombrando al teniente general José de la Serna nuevo virrey del Perú, quien optando por una nueva estrategia se retiró al Cusco, ciudad a la que designó capital del virreinato.
La corriente libertadora del Norte
Bolívar siempre se mostró preocupado por la débil posición política y militar que tenía el gobierno limeño en sus primeros años. Para él, era muy fácil que todo Perú fuera reconquistado por el Ejército Real del Perú, lo cual consideraba fatal para la independencia de su Gran Colombia. Tras independizar las actuales Venezuela, Colombia y Ecuador, Simón Bolívar se entrevistó con San Martín acordando colaborar con la independencia peruana en retribución al apoyo de tropas independentistas peruanas en la Batalla de Pichincha. Esta ayuda se materializó en 1823, cuando dos divisiones colombianas de 3.000 hombres cada una se sumaron al ejército unido libertador.
El presidente Riva Agüero trasladó la sede de su gobierno al Callao; ya por entonces dicho mandatario se hallaba en abierta disputa con el Congreso. Ante la crítica situación, los parlamentarios dispusieron el traslado a Trujillo de los dos poderes del Estado, es decir el Ejecutivo y el Legislativo; crearon además un Poder Militar que confiaron al general venezolano Antonio José de Sucre (que había llegado al Perú en mayo de dicho año al frente de tropas auxiliares grancolombianas), y acreditaron una delegación para solicitar la colaboración personal de Simón Bolívar en la guerra contra el Ejército Real del Perú (19 de junio de 1823). Enseguida, el mismo Congreso concedió a Sucre facultades iguales a las de Presidente de la República mientras durara la crisis, y el día 23 de junio dispuso que Riva Agüero quedaba exonerado del mando supremo.
Comienza la guerra en el Perú
Enfrentamientos tras el Desembarco de San Martín
El Desembarco de San Martín en la mañana del 8 de septiembre de 1820 en la Bahía de Paracas marcó el comienzo de una serie de episodios de la historia peruana de gran significación para la organización política que adoptaría la Sudamérica independiente. El vicealmirante Thomas Cochrane condujo la flota de once naves de guerra de alto bordo y quince transportes, conduciendo casi 4000 efectivos de nacionalidad chilena, argentina y peruana adecuadamente uniformados y pertrechados. La escuadra navegó bajo bandera chilena. La finalidad de la expedición era desembarcar cerca de Lima, establecer una cabeza de playa segura y realizar una rápida incursión militar que aislara a la capital y permitiera enfrentar de manera disgregada al ejército realista. Un hito clave de la estrategia era tomar Lima, hasta entonces llamada Ciudad de los Reyes, y proclamar la independencia, nombrándose San Martín Protector del Perú, para desde esta posición llamar a sumarse a la causa patriota al resto del Perú. Al momento de la llegada un pelotón de caballería del virrey que custodiaba el lugar huyó hacia el norte. En la ciudad de Pisco hizo otro tanto el jefe militar español de la plaza, coronel Químper.
Antes de caer la noche del 8 de septiembre, mediante una imprenta portátil perteneciente a su ejército, San Martín emitió su primera proclama desde suelo peruano, firmada:
“San Martín. Cuartel general del Ejército Libertador en Pisco. Septiembre 8 de 1820. Primer día de la libertad del Perú”
En está etapa el Ejército Real del Perú tuvo altibajos, habiendo derrotas desastrosas como la Primera campaña de Arenales a la sierra del Perú por el cual el Virrey Pezuela fue reemplazado por el Virrey De la Serna tras el Motín de Aznapuquio, el mismo denuncia la actitud del virrey Pezuela al que se acusa de agotar las fuerzas del Ejército Real del Perú, dejándolo anclado en la defensa de Lima, no batir a San Martín en la hacienda Retes (Huaral), descuidar su obligación de mantener en la sierra un ejército viable que aguantara hasta la llegada de refuerzos desde España y tomar malas decisiones militares que causaron desde el arribo de San Martín hasta ese momento 14.798 bajas realistas (desertores, muertos, heridos y prisioneros). Pero la peor acusación era de querer capitular en contra de los deseos de sus lugartenientes. La verdad es que el virrey sabía que era imposible vencer si no llegaban refuerzos prontamente de España. Empeoraba la situación que en la península no hubiera un gobierno claramente legítimo que les diera órdenes. Por estas razones Pezuela y varios notables del Cabildo estaban empezando a considerar la capitulación, algo inaceptable para los oficiales. Como señalan algunos autores, de haber capitulado los peruanos se habrían ahorrado cuatro años de desastrosa guerra e intervenciones extranjeras. El «intruso virrey de Lima» según su predecesor, fue confirmado sucesivamente por el Trienio liberal (le llegaba las noticias el 9 de marzo de 1822) y más tarde por el gobierno absoluto del monarca Fernando VII el 19 de diciembre de 1823 (la noticia le llegó el 4 de junio de 1824). Rápidamente se decidió por enviar a Valdés con 1.200 soldados al valle del Jauja el 25 de marzo para asegurar las comunicaciones con el interior. Mientras, el brigadier Mariano Ricafort salía de Huancavelica y destrozaba a los montoneros de la sierra. La nueva dirección trasladó la capital virreinal al Cuzco y cambió el curso de la guerra, abandonando Lima el 6 de julio, lo que condujo a la ocupación sanmartiniana de la misma tres días después y la desaparición violenta de los españoles y monárquicos residentes a manos de los insurgentes, pasaron de 10 000 a 600 en un año, en gran medida gracias al actuar del secretario de San Martín, Bernardo de Monteagudo.
Mientras tanto, hubo otras campañas que tuvieron resultados indecisos como la Segunda campaña de Arenales a la sierra del Perú, cuya retirada de la sierra de parte de los insurgentes se convertiría en un error decisivo que permitió al virrey José de la Serna rehacer el Ejército Real del Perú en la sierra, ya que había quedado desarticulado durante su repliegue camino al Cuzco, tras verse obligado a abandonar Lima el 6 de julio de 1821. Paralelamente en la sierra también se llevó una sucesión de victorias militares emprendidas por el ejército realista desde su bastión de los Andes peruanos (sin ayuda exterior) hasta 1824.
Campaña de 1821 - 1823
Tras proclamar la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, los independentistas peruanos, argentinos y chilenos comenzaron en Cerro de Pasco una prometedora campaña para derrotar al Ejército Real del Perú mandado por el virrey La Serna. Pero los realistas, bajo una sólida subordinación militar, destruyeron sucesivos ejércitos independientes. El primero en las campañas de Ica, comandado por los patriotas Domingo Tristán y Agustín Gamarra, un año después en la primera campaña de intermedios, en Torata y Moquegua, aniquilaron la Expedición Libertadora dirigida por Rudecindo Alvarado, ello significó el fin de la participación relevante del ejército unido chileno-argentino que desde Mendoza cruzara los Andes, independizará Chile y tratase de proteger la independencia peruana, lo que obligaría la retirada de José de San Martín tras la Entrevista de Guayaquil. Para el Ejército Real del Perú, está campaña fue no solo una gran victoria militar, sino también moral, que fortaleció al partido realista. Sus soldados en los días siguientes a la batalla entonaban una copla que se hizo famosa: «Congresito ¿cómo estamos con el tris-tras de Moquegua? De aquí a Lima hay una legua ¿Te vas?, ¿Te vienes?, ¿Nos vamos?» Y, efectivamente, está victoria militar desprestigió ostensiblemente a la Junta de Gobierno, provocando así el primer golpe de estado de la historia republicana peruana, el Motín de Balconcillo, por el cual el Congreso Constituyente «se fue». Lima fue reconquistada, tras ser abandonada por los independentistas, el 18 de junio y las tropas entrarían ante los vivas de la población que simpatizaba con la causa realista. Por sus distinguidas acciones, fueron ascendidos al grado superior los oficiales Jerónimo Valdés y José de Canterac, entre otros.
El nuevo gobernante peruano organizó una Segunda Campaña de Intermedios, que igualmente fracasó, quedando entonces el campo abierto para la intervención de Bolívar en el Perú, tal como lo había maquinado el mismo Libertador.[75]El inesperado año 1823 terminaba así con la destrucción de otro ejército patriota comandado por Andrés de Santa Cruz y Agustín Gamarra, en otra campaña abierta sobre Puno, que comenzó con la batalla de Zepita, que ocupó la ciudad de La Paz el 8 de agosto, consiguiendo llegar a Oruro en el Alto Perú. El virrey La Serna terminó la campaña de Zepita desbandando las tropas aisladas de Santa Cruz y recuperando Arequipa tras batir a Antonio José de Sucre, quien reembarcó a los colombianos el 10 de octubre de 1823, salvándose con sus tropas pero perdiendo la mejor parte de su caballería. El 16 del mismo mes el general Olañeta, en el Combate de Alzuri, destruyó la montonera del comandante José Miguel Lanza principal caudillo independentista del Alto Perú. Al concluir el año de 1823 las tropas reales se encontraban nuevamente en situación victoriosa.
"..El virrey la Serna por su parte, sin comunicaciones directas con la Península, con las más melancólicas noticias del estado de la metrópoli... y reducido por lo tanto a sus propios y exclusivos recursos pero confiando notablemente en la decisión, en la unión, en la lealtad y en la fortuna de sus subordinados, aceleraba también la reorganización de sus tropas y se aprestaba a la lucha que miraba próxima con el coloso de Costa-firme. Un triunfo más para las armas españolas en aquella situación, haría ondear de nuevo el pabellón castellano con inmarcesible gloria hasta el mismo Ecuador; pero otra suerte muy distinta estaba ya irrevocablemente escrita en los libros del destino. .."Gnrl. Andrés García Camba.[76]
Tentativas de intervención luso-brasileña en Maynas y el Alto Perú
La Guerra de la Independencia de Maynas tuvo lugar entre 1821 y 1822. Las partes en conflicto fueron los antiguos territorios españoles de la Comandancia General de Maynas y la Amazonia continental, en los actuales países de Perú, Ecuador, Colombia y partes de la zona norte de Brasil. Las autoridades realistas de Moyobamba, enteradas que se acercaba desde Chachapoyas una fuerza libertadora que había partido en el mes de enero de 1821 y además, que el día 16 de ese mes en Chachapoyas se había jurado la independencia del Perú, huyeron de Moyobamba hacia el distrito de Lagunas por los caminos de Lamas y Tarapoto. A finales de febrero de 1821 entraron a refugiarse en territorio portugués, permaneciendo en Tabatinga, ciudad brasileña. Posteriormente el gobernador de Maynas volvió a Moyobamba a tomar nuevamente el poder colonial. El 10 y 11 de abril de 1821 se dio la invasión patriótica de Moyobamba y de Chachapoyas, pero uno de los invasores, el teniente José Matos, pasó a los realistas y logró el triunfo apoderándose de armas y municiones. El gobernador regresó a Moyobamba y pronto emprendió una expedición contra Chachapoyas, siendo derrotado el 6 de junio en la 1° Batalla de Higos Urcos por Matea Rimachi, y se dispuso un armisticio el 20 de julio. A pesar de haberse jurado la independencia de Maynas, varios pueblos y ciudades seguían bajo el control del Ejército Real del Perú, incluyendo la capital Moyobamba, habiendo acosos de estos últimos ante el sector de la población que apoyaba la independencia, llegándose a fundar la Resistencia de Maynas, el cual fue un movimiento que apoyaba la lealtad americana al rey de España. El 17 de agosto, el gobernador Manuel Fernández Álvarez pidió opinión a una junta de guerra, que decidió que las fuerzas se refugiarían en Tabatinga (territorio portugués), entregando artillería y municiones a comandantes luso-brasileños, pues aunque el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve formalmente prefirió mantenerse neutral, en varias batallas ayudó al Ejército Real del Perú frente a enemigos mutuos de la expedición libertadora como los ejércitos argentinos (pues Brasil y Argentina estuvieron en guerra) y revolucionarios liberales, pues aunque los independentistas brasileros no entraron formalmente a la guerra el lado maynense, hubo voluntarios brasileros a favor de la independencia de la amazonia (o incluso de querer anexarla al imperio) en el marco de la Guerra de Independencia de Brasil.[77] Además, ante el sentimiento de inseguridad y temor al caos, en junio de 1822, los tres gobernadores de los departamentos españoles del Alto Perú (que ya estaban amenazados por las tropas de los generales Antonio José de Sucre y Simón Bolívar), se reunieron en Cuiabá, Capital de la Capitanía de Mato Grosso del Reino de Brasil y pidió al Gobernador que intercediera ante el Príncipe Regente de Portugal, Dom Pedro (que muy pronto se convertiría en Dom Pedro I, Emperador de Brasil), para que el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves se anexionaran estos territorios, con el objetivo de salvar a su población de la carnicería y el caos tras las noticias de la Independencia del Perú. Inmediatamente, el gobernador de Mato Grosso envió tropas que estaban estacionadas en su capitanía al Alto Perú para auxiliar al Ejército Real del Perú, bloqueando el avance de Bolívar y Sucre, y envió una carta a Dom Pedro, informándole del envío de tropas y la solicitud de avasallamiento de las autoridades de Alto Perú (que luego se convertiría en Bolivia), alguna de estas tropas luso-brasileñas llegarían a intervenir voluntariamente en la Guerra de Independencia de Maynas del Bajo Perú. Dom Pedro I no recibió esta carta hasta noviembre de 1822, cuando Brasil ya era una nación independiente. Además, Bolívar y Sucre fueron más rápidos y enviaron representantes a Río de Janeiro, que llegó antes de la carta del gobernador. Así, cuando lo recibió, Dom Pedro I ya había decidido no anexar el Alto Perú, rechazando el pedido de los gobernadores de la región y ordenando la retirada de las tropas de allí. Con esto, Dom Pedro I dejó la región del Alto Perú (hoy Bolivia) a su suerte, que culminó con la invasión de las tropas de Bolívar y Sucre y la independencia de Bolivia de España y del Virreinato del Perú. Por supuesto, en ese momento, Dom Pedro I estaba más preocupado por superar la resistencia de las tropas portuguesas en suelo brasileño en su propia Guerra de Independencia, garantizando la Unidad de Brasil. Sin embargo, de no ser por esta decisión, el territorio de la actual Bolivia hubiera sido parte de Brasil y se pudo haber dado una intervención luso-brasileña en la independencia del Perú y Bolivia a favor del Ejército Real del Perú. Adicionalmente, Brasil hubiera tenido acceso directo al Océano Pacífico, algo que se ambicionaba en las elites brasileñas.[78]
Campañas contra Bolívar
El Perú independentista se hallaba dividido entre dos gobiernos paralelos en guerra entre sí: uno en Trujillo, al mando de José de la Riva Agüero (que decretó la disolución del Congreso y creó un Senado integrado por diez diputados), y el otro en Lima, al mando de José Bernardo de Tagle (nombrado como Presidente de la República el 16 de agosto por el Congreso). Este último inició negociaciones con los realistas, enviando a Jauja a su ministro de guerra Juan de Berindoaga; públicamente se informó que esas negociaciones buscaban un armisticio, pero en secreto se trató de la entrega del sur peruano al virrey José de la Serna. Cundió pues la anarquía en el Perú al existir al mismo tiempo dos gobiernos: Riva Agüero en Trujillo y Torre Tagle en Lima. Sumado a ello, el fracaso de la Segunda Campaña a Intermedios creaba el ambiente perfecto para que, por pedido unánime de los revolucionarios, se produjera la intervención de Bolívar y su ejército grancolombiano, visto como el único que podía salvar al Perú independiente. En esos momentos ingresó al Perú el general Simón Bolívar con un gran ejército, por lo que el Congreso del gobierno del sur se apresuró a designarlo dictador; éste aceptó el cargo y sometió al gobierno de Riva Agüero en el norte. Perdidos sus empleos Tagle y Berindoaga, iniciaron intrigas para lograr la entrega del ejército del Sur a los realistas. Para ello ordenaron que el Regimiento de Granaderos a Caballo se dirigiera desde Cañete a Lima y que el coronel Nobajas, jefe del Regimiento Peruano, una vez estallada la sublevación, llevara su regimiento desde Chancay y Supe a Lima. A mediados de 1823 el poder del caraqueño quedaba asegurado en el Perú por los 6000 colombianos que tenía en el país, aunque sólo 5.500 sobrevivieron al viaje; su influencia era tal que hizo atrasar la proyectada ofensiva sobre la Sierra y el Alto Perú hasta reunir 18.000-20.000, un tercio colombianos y venezolanos recién llegados, otro tanto peruanos que reclutó en cuanto llegó, otro tanto del ejército peruano y 2.500 a 3.000 chilenos que el gobierno santiaguino había prometido. Los monárquicos contaban por su parte con más de 20.000 hombres, sin tener en cuenta que los prisioneros peruanos, chilenos y rioplatenses podían ser reclutados a la fuerza. Para recuperar el territorio peruano se necesitarían 12.000 hombres al menos y no contaban con los recursos necesarios para movilizarlos, por ello era mejor evitar que el gobierno de Lima cayera. Para esto enviaría un primer cuerpo de refuerzos al mando del general venezolano Juan Manuel Valdés de 3.000 hombres para auxiliar a los 4.000 defensores que aun quedaban en Lima y Callao aprovechando que Canterac y su ejército estaban lejos, en Arequipa, debían llegar en abril. Una vez llegado a Lima, Valdés debía enviar la flota que lo había transportado de vuelta a Guayaquil para que el mismo Libertador dirigiera otra división de 2 a 3.000 soldados colombianos. Esta nueva unidad de refuerzo desembarcaría en Trujillo y seguiría por tierra su marcha a la capital peruana. Con los refuerzos colombianos y soldados y reclutas peruanos, Bolívar esperaba reunir 12.000 combatientes, más de la mitad colombianos, mientras que Canterac, para cuando pudiera amenazar Lima, tendría 14 a 16.000.
Sin embargo, el 5 de febrero de 1824 se daría la Sublevación del Callao en la Fortaleza del Real Felipe por parte de unidades chilenas, grancolombianas, peruanas y argentinas, acto que fue beneficioso para el Ejército Real del Perú. El hecho significó la casi desaparición de las fuerzas llevadas al Perú por el general José de San Martín del Ejército de los Andes. El general Cirilo Correa asumió luego el comando de los restos de la División de los Andes de la expedición libertadora, reducida a oficiales sin unidades a su mando y un escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo que combatió en las batallas de Junín y Ayacucho y quedó en la retaguardia en la Batalla de Corpahuaico. Tras el motín, las unidades chilenas quedaron disueltas por completo en el Perú. El 10 de febrero, asustados de la reacción patriota que los llevaría al cadalso y sin poder asegurar su autoridad, los lideres Oliva y Moyano liberaron y pasaron el mando a Casariego, consumando la traición. Casariego liberó a los prisioneros realistas de las casamatas del Callao y llevó a ellas a los oficiales arrestados custodiados por Oliva —a quien nombró coronel— con dos cañones de metralla y 100 hombres, y órdenes de ametrallar a los prisioneros si intentaban algo. Casariego había logrado convencer a Moyano (a quien nombró brigadier) que serían ejecutados si caían en manos patriotas; en cambio, si se pasaban al Ejército Real del Perú, recibirían premios. Luego ordenó el izamiento de la bandera española en los torreones de la Fortaleza del Real Felipe, el 18 de febrero, y el saludo correspondiente con salvas de artillería. Al constatar el engaño, algunos de los sublevados intentaron reaccionar pero fueron apresados y fusilados inmediatamente por Moyano, a quien Casariego nombró brigadier y Conde de los Castillos. Producida la sublevación del Callao, el general Simón Bolívar consideró perdida esa guarnición y la ciudad de Lima, por lo que ordenó desde Pativilca al general Enrique Martínez que sacara de la ciudad el parque y todo lo que fuera útil al ejército. Para auxiliar en esa tarea ordenó al Regimiento de Granaderos a Caballo, que con una fuerza de casi 200 plazas se hallaba en Cañete observando a la división del brigadier José Ramón Rodil situada en Ica, que se replegara a Lima. Cuando el 14 de febrero una columna del regimiento al mando del teniente coronel José Félix Bogado se hallaba en marcha por la pampa de Lurín, se produjo el apresamiento de los oficiales por parte de un grupo de sublevados del propio regimiento. El sargento Orellano tomó el mando de la unidad, nombrando oficiales de entre los cabos y sargentos sublevados, continuando su marcha hacia el Callao. Unos 100 hombres siguieron a Orellano hacia el Callao, atacando a algunos soldados en Bellavista para romper el cerco, mientras el resto, según Mitre unos 120 granaderos, según Berindoaga eran 80, siguieron a Bogado a Lima, en donde se hallaban las fuerzas al mando de Mariano Necochea continuando a sus órdenes.
Una vez que triunfó la sublevación, el brigadier realista José Ramón Rodil envió desde Pisco al comandante Isidro Alaix quien a bordo de una lancha logró burlar el bloqueo de la escuadra patriota y desembarcar en el Callao para hacerse cargo de la plaza. Al tener conocimiento de los hechos el mariscal José de Canterac envió desde Jauja una fuerte división de su ejército al mando del general Juan Antonio Monet, compuesta de los batallones de infantería Cantabria, 1.º y 2.º del Real Infante Don Carlos, 1.º del Imperial Alejandro, el regimiento de caballería Dragones de la Unión y tres piezas de artillería con sus respectivos servidores. El 27 de febrero esta fuerza se reunió en Lurín con el batallón Arequipa y los Dragones de San Carlos que mandaba el brigadier Rodil y sumando juntas unos 3.500 hombres convergieron a la capital, luego de vencer la resistencia de las montoneras del coronel Alejandro Huavique en Condevilla, entrando en el Callao el día 29 de febrero. Dejó allí al mando al brigadier Rodil desde el 1 de marzo y al brigadier Mateo Ramírez al mando de Lima, ciudad que mantuvieron hasta el 5 de diciembre. El virrey nombró a Rodil Gobernador de los Castillos y Comandante General de la Provincia de Lima. Tagle se unió luego a ellos, muriendo después durante el sitio del Callao, lo siguieron el vicepresidente Diego Aliaga y el presidente del Congreso peruano José María Galdiano. Monet proclamó un indulto general que posibilitó que muchos peruanos de Lima se sumaran a su causa, reclutando 900 soldados cívicos en la capital. Los sublevados posteriormente se unieron al Ejército Real del Perú, permaneciendo algunos en el Callao hasta su rendición en 1826.
La Rebelión de Olañeta
¡Viva la religión, el rey y la nación.! Peruanos: el infame Olañeta infatuado con las condecoraciones que obtuvo, y a las que nunca pudo considerarse digno, acaba de cometer la traición más horrible: el no obedece a la suprema autoridad del Perú, no pertenece ya ni quiere pertenecer a la heróica nación española, quiere unirse con los insurgentes de las provincias del Rio de la Plata y sumergir estos pueblos en el caos de males en que aquellos se miran.Baldomero Espartero 1824.
Paradójicamente el golpe mortal a la causa realista en el Perú provino de los mismos realistas, al comenzar el año 1824, los 5.000 soldados que componían el ejército del Alto Perú fueron sublevados por el caudillo absolutista español Pedro Antonio Olañeta contra el virrey del Perú, tras saberse que en España había caído el gobierno Constitucional. Olañeta ordenó el ataque de los realistas altoperuanos contra los constitucionales del virreinato peruano dando una magnífica oportunidad a Bolívar para iniciar una campaña definitiva contra las aisladas tropas del general Canterac, recibiendo la orgullosa caballería del ejército real una primera gran derrota en la batalla de Junín lo que seguido a la orden de retirada a vista del enemigo desmoralizó a los veteranos del ejército del Norte.
Las desalentadoras noticias de Junín no tardaron en llegar al Alto Perú junto con las terminantes órdenes de virrey a Valdés para que abandonara la campaña y volviera precipitadamente al Bajo Perú para hacer frente a Bolívar. El ejército que había cruzado el desaguadero se encontraba ahora reducido a esqueleto.
...el estado de nuestro ejército era verdaderamente desconsolador. El del Norte había perdido mucho de su fuerza y entusiasmo, el del Sud cansado con marchas y contramarchas penosas, pasadas de ochocientas leguas las que acababa de andar sin descanso, y desmembrado de muchos buenos jefes, oficiales y soldados en los diferentes sangrientos encuentros que había sostenido, pérdida sensible que no pudo reemplazarse sino con prisioneros de Olañeta y con reclutas tomados al paso e instruidos sobre la marcha, el ejército del Sud no era nada en aquella época. El brillante regimiento de Gerona, que tanta gloria supo dar al nombre español, no merecía ya otro que el de una guerrilla uniformada.Publicación de la Sociedad Ex-Milicianos de Madrid[79]
Campaña de Ayacucho
Pese a que las tropas del virrey lograron derrotar a Olañeta en el Alto Perú esta campaña fratricida significó la desaparición de 10 000 veteranos soldados realistas de ambos bandos y el desmontaje del aparato defensivo realista, el virrey trató desesperadamente de organizar un nuevo ejército recurriendo a la recluta masiva de campesinos en la sierra pero estas tropas carentes de instrucción y disciplina no eran comparables a las que tantos triunfos habían obtenido en las campañas anteriores y que ahora se encontraban casi todas en el sepulcro o el hospital. Aun así el virrey obtuvo un sonado y último triunfo en Corpahuaico que de haber sido aprovechado podría haber resuelto la campaña en su favor, pero sus tropas recibieron una aplastante derrota en Ayacucho, tras la cual su bisoño ejército se dispersó por completo. Incapaz de continuar la lucha el Ejército Real del Perú capituló tras la batalla.
Organización en la batalla en Ayacucho
Ejército Real del Perú (1824)[80] José de La Serna, Comandante en Jefe |
División Valdés
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División González Villalobos
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División Monet
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División Ferraz (caballería)
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El Sitio del Callao, 1824-1826
El brigadier José Ramón Rodil, comandante militar de las fortalezas del Callao, se negó a acogerse a la capitulación de Ayacucho confiando en que aun podría recibir refuerzos de España y asediado en los Castillos del puerto resistió un sitio de casi dos años, contaba para su defensa con los veteranos regimientos Real de Lima y Arequipa junto a los soldados independentistas desertores que se le habían unido. Se habían refugiado también en el Callao millares de civiles realistas que perecieron en gran número por hambre y enfermedad, finalmente en enero de 1826 cuando la mayoría de sus soldados habían muerto y los sobrevivientes se alimentaban de ratas, Rodil aceptó capitular ante el comandante del asedio, el general Bartolomé Salom, obteniendo condiciones honrosas y llevando consigo las banderas de sus regimientos que fueron las últimas en abandonar el Perú. Con la entrega del Callao, desapareció el último ejército español de América del Sur.
"En este epílogo de la lucha americana debemos prodigar elogios de justa admiración a las tropas peruanas, las cuales constituyeron el núcleo más importante de la defensa y con las que Rodil y los demás jefes españoles realizaron hazañas tan asombrosas, soportando bizarra y gallardamente las penalidades del sitio."
Epílogo
Las primeras noticias del llamado desastre de Ayacucho llegaron a España como rumores procedentes de Gran Bretaña desde donde el ministro español Camilo Gutiérrez de los Ríos había escrito a su gobierno que el ministro de Asuntos Exteriores de ese país, George Canning, le había comunicado la noticia "nada menos que de un triunfo completo del rebelde Bolivar sobre el ejército realista del Perú". La confirmación de este rumor llegó a España en mayo de 1825 con el coronel José María Casariego quien procedente del Perú portaba los pliegos mandados por el virrey La Serna. El 17 de mayo la Gaceta de Madrid, publicaba que no había una confirmación oficial de los hechos y que las fuerzas realistas se estaban recuperando. Sin embargo con la llegada de los primeros oficiales capitulados en Ayacucho estas esperanzas se desvanecieron. Ante lo inesperado de la derrota de un ejército cuyas noticias recibidas el año anterior reportaban solo victorias algunos medios de prensa publicaron entonces que la batalla había sido perdida por traición acusando a los jefes realistas de masónicos y liberales. En adelante todos ellos serían conocidos despectivamente como "ayacuchos" y aunque la corona les confió cargos altos y de confianza, este mote perduraría en el tiempo.[83][84]
"..Sin la negra discordia que dividió muy pronto a los esforzados defensores del Perú , es muy probable que las armas españolas continuaran triunfando de toda la formidable coalición que los poderes independientes de Buenos Aires, Chile, Colombia y el Perú, formaron para vencerlas, porque toda esta formidable reunión de fuerzas aguerridas y engreidas con los triunfos de Chacabuco y el Maipú, Carabobo, Pasto y Pichincha, fue necesaria para superar la obstinada confianza de los realistas peruanos. Recomendamos a nuestros lectores, tener siempre presente que el epíteto realista era en América sinónimo de español, y valía tanto como decir defensor y partidario de los intereses y derechos de la España .."Gnrl. Andrés García Camba.[85]
Refiere el general Guillermo Miller en sus memorias que tras la capitulación de Ayacucho algunos soldados realistas se incorporaron al ejército patriota pero que la gran mayoría se dispersaron y regresaron a sus hogares,[86] respecto a los oficiales peruanos hubo varios que entraron a servir en el ejército republicano aunque muchas veces sufriendo el desprecio de quienes pese a haber servido también en el ejército real habiánse unido a los independentistas antes de Ayacucho, estos oficiales conocidos como "capitulados" sufrían la misma estigma que los "ayacuchos" en España.
"...Valle-Riestra era además un jefe que había servido a los españoles hasta Ayacucho. De estos había muchos en el ejército, y esta circunstancia tenía los ánimos encontrados entre capitulados y los que habían servido al país..."
Altos oficiales españoles como Andrés García Camba y Jerónimo Valdés dedicaron la redacción de sus Memorias sobre la guerra de independencia peruana a defenderse del epíteto de ineptos, cobardes e incluso traidores que recibían de parte de la sociedad española y en especial de sus enemigos políticos, a esta labor se sumaron historiadores como Mariano Torrente, todos ellos resaltaron la desesperada lucha que sostuvieron en el Perú por los derechos del Rey y su patria, manteniendo una guerra desigual y venciendo muchas veces a ejércitos multinacionales que les doblaban en número y elementos señalando que mientras los independentistas peruanos podían recibir refuerzos de Colombia, Chile y Argentina por un océano dominado por sus flotas, ellos se encontraban aislados de la metrópoli; haciendo además especial mención a la traición de Olañeta como verdadera causa de la ruina del ejército real.
Los altos jefes realistas, la mayoría de ellos peninsulares, obtuvieron en las condiciones de capitulación de Ayacucho y el Callao que el gobierno republicano les costeara los pasajes a España comprendiendo también a los individuos de tropa expedicionaria que habían sobrevivido a los 16 años de campaña. No obstante algunos de estos oficiales entraron a servir a la república obteniendo la nacionalidad peruana por sus posteriores servicios aunque hubo varios que volvieron a caer en desgracia por apoyar al caudillo perdedor en una de las tantas guerras civiles peruanas que se sucedieron hasta mediados del siglo XIX.[88]
Fin de la Guerra
Tras la restauración del gobierno absolutista de Fernando VII en España, mediante la intervención militar francesa al mando de Luis Antonio de Francia, los gobiernos de Inglaterra y Francia dejan reflejado en el mismo año 1823, en el Memorándum de Polignac, su acuerdo de no intervenir en América en ayuda del rey español. En Perú se producen rebeliones realistas como la guerra de Iquicha (1825-1828) El ejército francés permaneció ocupando España hasta el año 1828 sosteniendo el trono absolutista. En el año 1830 Fernando VII de Borbón pierde toda posibilidad de ayuda por parte de absolutismo francés con la caída del gobierno borbónico en Francia y el ascenso al trono francés del constitucional Luis Felipe. Finalmente todos los planes españoles de reconquista de América cesan con el fallecimiento del monarca Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, momento en que se pone punto final en España a todos los planes militares contra la independencia de los estados hispanoamericanos.[89]
Oficiales destacados
- Gerónimo Valdés, natural de Villarín de Asturias, arribó a América en 1816, se distinguió en la batalla de Torata, por sus méritos fue nombrado vizconde de Torata. Según Miller su fuerte carácter hacia que fuera "temido por sus oficiales pero idolatrado por sus soldados" quienes solían decir que en "en campaña el tío siempre está en casa" haciendo referencia al hábito que tenía de compartir las penurias de sus hombres en campaña, no teniendo en su mesa más que sus simples raciones de soldado y durmiendo al aire libre envuelto en un poncho o dos a la cabeza de sus tropas donde quiera se encontrasen en marcha.[90]
- José de Canterac, natural de Castel Jaloux (Francia), llegó al Perú en 1818, hizo la campaña al Alto Perú, fue nombrado jefe de estado mayor por el virrey la Serna, derrotó a los independentistas en las importantes batallas de Macacona y Moquegua en 1822 y 1823 respectivamente pero fue derrotado en Junín (1824), tras la batalla de Ayacucho firmó la capitulación al estar el virrey herido.
- Joaquín de la Pezuela, natural de Huesca, arribó al Perú en 1805, se distinguió en las campañas del Alto Perú en especial en la batalla de Viluma, fue nombrado Marqués de Viluma y posteriormente virrey del Perú, desprestigiado por el fracaso de la campaña en Chile y debilitado por el desembarco de la expedición libertadora fue depuesto por sus subordinados.
- José de la Serna, natural de Jerez de la Frontera, de larga experiencia en las guerras europeas paso en 1815 al Perú, combatió con distinción en el Alto Perú ascendiendo a teniente general, tras el Pronunciamiento de Aznapuquio reemplazó a Pezuela como virrey del Perú.
- Manuel Olaguer Feliú, natural de Ceuta, arribó al Perú en 1817 tras la batalla de Chacabuco. Mariscal de Campo, Subinspector y Director del Real Cuerpo de Ingenieros del Virreinato, integró la Junta de Guerra presidida por el Virrey Pezuela, luego fue nombrado por el Virrey de La Serna miembro de la Junta de Pacificación.[91]
- José Manuel de Goyeneche, noble criollo natural de Arequipa, de importante desempeño en la campaña contra el Ejército del Norte, obtuvo una importante victoria en Huaqui, fue nombrado Conde de Guaqui.
- Pío Tristán, noble criollo natural de Arequipa, combatió en Alto Perú a órdenes de Goyeneche y dirigió la ofensiva sobre el norte argentino.
- Andrés García Camba, natural de Lugo, oficial de caballería y luego de estado mayor participó en varias campañas militares desde su llegada a América en 1816 hasta la misma batalla de Ayacucho, fruto de su propia experiencia personal redactó sus Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú, una importante fuente historiográfica.
- Baldomero Espartero, natural de Ciudad Real, llegó al Perú en 1815, fue organizador y comandante del Batallón ligero del Centro, se distinguió en la campaña de 1823 en las batallas de Torata y Moquegua. Tuvo un destacado papel en la posterior historia de España.
- Valentín Ferraz, natural de Huesca, se embarcó para el Perú en 1816, se distinguió como oficial de caballería, formó y comandó el escuadrón Granaderos de la Guardia, cuerpo que a decir de Espartero "no cedía en nada a los mejores de Europa"[92] a cuya cabeza obtuvo la victoria en el combate de Arequipa, recuperando la ciudad tras vencer a la numéricamente superior caballería grancolombiana al mando de los generales Sucre y Miller.
- Pedro José de Zavala, noble criollo natural de Lima, coronel del batallón de Españoles de Lima, sirvió junto a sus hijos Toribio y Juan de Zavala en el ejército real, secundó el Pronunciamiento de Aznapuquio, tras es final de la guerra su hijo Toribio optó por ostentar la nacionalidad peruana mientras que Juan la española, el primero de ellos combatiría junto a un nieto suyo en el combate del 2 de mayo de 1866 contra la escuadra española falleciendo durante la acción, paralelamente Juan se desempeñaba como Ministro de Marina de España.[93]
- Cayetano Ameller, natural de Cádiz, llegó al Perú en 1816 como capitán del Batallón ligero Gerona, en 1822 era comandante del mismo, tuvo una muy distinguida participación en la batalla de Torata, donde realizó una brillante carga a la bayoneta con su batallón derrotando y poniendo en fuga a los batallones Nro 4 y Nro 11 del ejército de los andes y el Nro 5 de Chile; ascendido a brigadier marchó a las órdenes de Valdés contra el insurrecto Olañeta, en esta campaña su batallón fue diezmado y el mismo muerto en la batalla de Lava donde Olañeta fue derrotado el 17 de agosto de 1824.[94]
- Felisiano Asín y Gamarra, comandante general de caballería en la batalla de Torata, dirigió la carga sobre la infantería enemiga, cayo mortalmente herido durante el ataque.
Referencias
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- Norberto Galasso (2000). Seamos Libres y lo Demás No Importa Nada: Vida de San Martín. Buenos Aires: Ediciones Colihue SRL, pp. 335. ISBN 978-950-581-779-5. En 1820 se estima en 6.244 realistas guarneciendo Lima bajo el mando del virrey Pezuela, otros 8.000 en las provincias norteñas, 1.263 se distribuyen a lo largo de la costa, 1.380 están en Arequipa al mando del general Mariano Ricafort y 6.000 guarnecen el Alto Perú con el general Juan Ramírez a la cabeza. Sumaban cerca de 23.000 hombres.
- María Lourdes Díaz-Trechuelo Spinola (1999). Bolívar, Miranda, O'higgins, San Martín: Cuatro vidas cruzadas. Madrid: Encuentro, pp. 137. ISBN 978-84-7490-533-5.
- Mariano Torrente (1828). Geografía universal física, política é histórica. Tomo II. Madrid: Imprenta de Don Miguel de Burgos, pp. 488. 5.000 del Ejército del Norte al mando de Canterac en el valle del Jauja, 4.000 de la división de Olañeta con la guarnición de Santa Cruz de la Sierra, 3.000 en Charcas, 3.000 del Ejército del Sur situados entre Puno y Arequipa, 1.000 en el Cuzco y 2.000 en otras guarniciones.
- Mariano Torrente (1828). Geografía universal física, política é histórica. Tomo II. Madrid: Imprenta de Don Miguel de Burgos, pp. 488. En comparación las fuerzas republicanas son estimadas en 7.000 frente a las nueve o diez mil con las que iniciaron la campaña.
- Guillermo A. Sherwell (2006). Simon Bolivar: The Liberator. Teddington: Echo Library, pp. 80. ISBN 978-1-4068-0550-5. El Ejército Real se componía de 12.000 hombres en Perú y 6.000 en el Alto Perú. Bolívar tenía 4.000 a 6.000 grancolombianos y 4.000 peruanos.
- Francisco Antonio Encina (1954). Emancipación de la Presidencia de Quito, del Virreinato de Lima y del Alto Perú. Santiago de Chile: Editorial Nascimento, pp. 457. Unos 5.000 eran los soldados con los que pudo retirarse Canterac, el resto eran reclutas de los pueblos aún bajo dominio del virrey La Serna pero parte importante de sus fuerzas se habían sublevado con Olañeta o se habían perdido en la retirada de Canterac de Junín al Cusco.
- Valega, José Manuel & Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1942). La gesta emancipadora del Perú: 1823-1824 (Personalidad de Bolívar, La campaña de Ayacucho). Tomo VI. Lima: Empresa Editora Peruana S. A. y Librería e Imprenta Miranda, pp. 140. En tal momento, éstas sumaban 9310 combatientes, superando en 3530 a las de Ejército Unido Libertador, casi un tercio más. Queda dicho que en la revista de septiembre de 1824 hecha por el Virrey, en Anta, el efectivo de su ejército llegaba a 14,287 hombres, siendo de 5026 el correspondiente a la División Valdés. Como García Camba aprecia en 4977 la baja causada por la deserción, la sufrida por Valdés habría reducido su División a 3276 plazas, equivaliendo la pérdida al 34.83% de su efectivo. La superioridad resultante a favor de Valdés sobre la División del General La Mar habría sido de 1900 plazas, más seis piezas de artillería que funcionaron constantemente.
- ↑ Restrepo, José Manuel (1858). Historia de la revolución de República de Colombia en la América meridional. Tomo III. Besanzón: Imprenta de José Jacquin, pp. 624, nota 25. Incluyendo las tropas de Olañeta.
- Restrepo, 1858: 624, nota 26. Del norte y centro de Colombia salieron 7.850 refuerzos, 24.000 fusiles con sus bayonetas, 118.000 piedras para fusiles, 18.000 pistolas, 540.000 cartuchos de fusil, 500 quintales de pólvora, 458 de plomo, 3 cañones de 24, 4 morteros, 14.000 pantalones, 6.000 chaquetas, 6.000 morriones, igual número de morrales y otro tanto de fornituras y demás piezas hasta completar 6.000 uniformes.
- Véase el uso de esta denominación en "Biografía del excelentísimo señor teniente general Don Valentín Ferraz" publicada en la obra del Estado Mayor de Ejército (España), Madrid, 1854.
- Véanse estas tres denominaciones en "Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú" por Andrés García Camba.
- Universidad de Chile "Anales de la Universidad de Chile", Número 9, pág. 132.
- Blanco Valdés, Roberto Luis "Rey, cortes y fuerza armada en los orígenes de la España liberal, 1808-1823", págs. 165 -166
- El Restaurador periódico absolutista editado por Fray Manuel Martínez, España 1823, págs. 709 y 710
- "El Virreynato del Perú después de las últimas desmembraciones y nuevas agregaciones que se le han hecho tiene por límites al norte la provincia de Guayaquil; el desierto de Atacama al sur, comprendiendo en todo su territorio desde los 32 minutos al norte de la equinoccial hasta los 25° 10’ de latitud meridional", Memoria del virrey del Perú José Fernando de Abascal citada en "La cuestión del Pacífico. pág. 6. Autores: Victor Manuel Maurtua, Javier Prado y Ugarteche"
- Luqui-Lagleyze, Julio Mario; "El ejército realista del Perú en la independencia sudamericana 1810-1825", págs. 86-87
- Roel Virgilio, "Los libertadores", pág. 281 (reclutamiento y movilización de los coloniales)
- Publicado por Jhon Miller, "Memoirs of general Miller, in the service of the republic of Peru: Volumen 2, Página 174"
- Robert L. Scheina "Latin America's Wars: The age of the caudillo, 1791-1899" pág. 70
- Julio Luqui-Lagleyze, "Por el Rey, la Fe y la Patria", págs. 391 y 392
- Andrés García Camba "Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú", Volumen 1 pág. 278
- "Memoirs of General Miller: in the service of the republic of Peru", Volumen 1 publicado por John Miller, pág. 204
- DE LA CUESTA, Julio (1990). Banderas olvidadas: el ejército realista en América. Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1990. ISBN 84-7232-547-4.
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- Ni con Lima ni con Buenos Aires
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"Esta asamblea no perderá su tiempo debatiendo si el cobarde padre o el apocado hijo es el rey de España (...) Ninguno de ellos es ya rey del Paraguay (...) La única cuestión que debe debatirse en esta asamblea y decidirse por mayoría de votos es cómo debemos defender y mantener nuestra independencia contra España, contra Lima, contra Buenos Aires y contra el Brasil". Discurso atribuído al doctor Francia en el Congreso General del 24 de julio de 1810 en (Vittone, 1960, p. 13/14)
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- véase la "lista de oficiales malditos que apoyaron a la confederación" publicada en 1839 y citada en "Sobre el Perú: homenaje a José Agustín de la Puente Candamo, Volumen 1" por José Agustín Puente Candamo y otros autores" pág. 125; en ella figuran los nombres de varios oficiales españoles y capitulados al servicio de Andrés de Santa Cruz
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