Huanca
Huanca (del quechua wanka, "piedra", en relación a un ídolo que se encontraba en lo que hoy es la plaza Huamanmarca en Huancayo) es el nombre de un grupo étnico que se desarrolló durante el Intermedio Tardío, habitando el territorio de las actuales provincias de Jauja, Concepción, Huancayo y Chupaca.[1] Fue un pueblo guerrero, cuya economía estuvo basada en la agricultura. En esta, se dedicaron a la siembra y cosecha de maíz, papas y otros productos agrícolas, y en la ganadería se dedicaron al cuidado de llamas en la puna.[2] La mayoría de la población radicaba en el Valle de Jatunmayo o Valle de Huancamayo, llamado desde 1782 como Valle del Mantaro.[1] Son habitualmente confundidos con los xauxas, quienes habitaban al norte del valle.
Cultura huanca | ||
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Información histórica | ||
Periodo | ||
Primeros registros | ¿Siglo XIII? | |
Decadencia | Siglo XVII | |
Causa | Desintegración política por los continuos pleitos entre curacas huancas y desintegración étnica por los procesos virreinales de sincretismo cultural-homogenización andina | |
Información geográfica | ||
Área cultural | Andes Centrales | |
Equivalencia actual | Perú | |
Información antropológica | ||
Idioma | Quechua huanca | |
Religión | Religión huanca/Animismo | |
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Etimología
El nombre "huanca" (originalmente "wanka") fue introducido en la década de los 20's por Julio César Tello y difundido por Federico Gálvez Durand, principal impulsor de la arqueología en el Mantaro. Este último lo empleó de forma masiva e indiscriminada para nombrar a los habitantes prehispánicos del valle en conjunto, en parte debido a la carencia de estudios referenciales sobre el tema.
Historia
Origen
Estudios arqueológicos plantearon que el origen de los primeros grupos que poblaron la región de los huancas estuvo en la región selvática, desplazándose desde algún lugar del nor-oriente hacia el sur de la sierra central del Perú. Desde Huánuco (Huargo y Lauricocha) prosiguiendo por Pasco, Junín y Huancavelica; dejando evidencias en Parimachay, Curimachay y Pachamachay en Ondores, Junín y que datan aproximadamente de 9850 a. C. (Rick y Matos 1976, Hurtado de Medoza 1979). Su desplazamiento se proyectó desde la selva central hacia el Valle del Mantaro.[3] En el área de Jauja, estudios evidencian ocupaciones de pobladores entre valles rocosos de Tutanya y Helena Puquio en Pachacayo y Canchayllo ambos en el Distrito de Canchayllo (Oreficso y Mota 1984; Mallma 2002).[3] En Huancayo y Chupaca también se encontraron evidencias en abrigos rocosos de Tschopik o Callavallauri (Tschopik 1948; Fung 1959; Kaulicke 1994).[3] La presencia de material lítico, en colinas como San Juan Pata en Jauja, como esquirlas, lascas, núcleos y performas[4] llevaron a planteamientos de esquemas cronológicos por investigadores como (Matos y Parsons 1979), David Browman (1970), Catherine LeBlanc (1980) y Christine Hastorf (1986). En algunos casos en cerámica dejaron evidencias que permitieron plantear esquemas cronológicos. Posteriormente, estos sitios albergaron a sociedades agro-alfareras de los cuales surgió la sociedad Pre-Wanka.[3]
El Dr. Ramiro Matos Mendieta considera que la población en el Valle del Mantaro no es mayor al Formativo Medio:
... "la primera ocupación fue una sociedad organizada agro-alfarera acontecida alrededor de los 800 a.C. con la fundación de la primera y única aldea Chavín de Ataura - Jauja. Un lugar estratégicamente ubicado en el extremo norte del valle; casi en el acceso del Valle del Mantaro por la ruta del norte".[5]abstracción de: "Primeras sociedades sedentarias del Mantaro", Matos Mendieta, Ramiro (1978)
En Jauja se constituye asentamientos matrices desde donde se difunden los Xauxas y posteriormente los Wankas.[3] Es en Jauja donde hasta la actualidad se encuentran mayormente restos arqueológicos que datan desde el Pre-cerámico, Formativo, Horizonte Temprano, Intermedio Temprano. En el Horizonte Medio van a sufrir presiones foráneas de grupos provenientes del sur altiplánico como Tihuanaco y posteriormente se producirá la migración de los Yaros, hoy en día ubicada en la Provincia de Yarowilca.[3]
El hombre en el valle del Mantaro
Los primeros pobladores que ocuparon el Valle del Mantaro, posiblemente procedieron de las zonas altoandinas, de las que descendieron siguiendo el curso de sus afluentes. En los refugios naturales del río Cunas, en el distrito de Chupaca, hay vestigios de la existencia de una sociedad cazadora nómada cuya economía estaba basada en la recolección de frutos silvestres y en la caza de camélidos andinos. Según las evidencias encontradas, la vida humana en el Valle del Mantaro tiene por lo menos 10 mil años de antigüedad.
Estos primeros pobladores, cazadores y recolectores, con el correr del tiempo experimentaron la domesticación de las plantas, es decir, descubrieron la agricultura. Al encontrar esta valiosa fuente de recursos el hombre se volvió sedentario y abandonó las cuevas para construir albergues de piedra, dando origen a las primeras aldeas, de las que existen en todo el valle, numerosos restos con una antigüedad de 3 mil años.
El hombre de Junín, poco a poco, fue perfeccionando sus herramientas de piedra, no solo para la caza de camélidos (de los que extrajo carne para alimentarse, pellejo para cubrirse y huesos para sus usos), sino para iniciar la agricultura y la domesticación de plantas.
Época preincaica
Con estos hechos, en la historia del hombre en la sierra central del Perú finaliza el periodo precerámico y comienza otra etapa en la que aparece la cerámica y luego el surgimiento de las aldeas. Aparecen, asimismo, las primeras prácticas de una religión mágica.
Por aquellos tiempos, hace aproximadamente unos 3500 años, se produce la expansión de la cultura Chavín a la Sierra Oriental, y se advierte su influencia en las diversas zonas del Valle del Mantaro. Las últimas investigaciones han encontrado importantes testimonios de la presencia de la cultura Chavín en Ataura (Jauja) y en San Blas, distrito de Ondores, Junín. Hacia 1300 a. C. aparecen los primeros brotes de cerámicas en la sierra central de estilo chavinoide y se inicia lo que se denomina el horizonte temprano.
El proceso continúa siglo tras siglo, con el correr del tiempo las aldeas que recibieron influencia de Chavin entran en decadencia y los pobladores reafirman su individualidad y se independizan de su predominio cultural. Aparecen entonces influencias de otras sociedades como la de Tiahunaco y Huari.
Anexión al Tahuantinsuyo
Hacia el año 1460, las tropas incaicas llegaron al Mantaro. Los cuzqueños dieron dos opciones a elegir a los huancas, la entrega y rendición pacífica de su región o la conquista a través de las armas. Al estar los huancas divididos en jefaturas autónomas, la reacción ante la invasión inca no fue uniforme.
Hubo algunos que confirmaron su sometimiento pacífico al Incanato y otros que empuñaron las armas en contra del los ejércitos imperiales de los incas. Los curacas huancas que se opusieron al dominio incaico ofrecieron una tenaz resistencia en las alturas de sus enclaves fortificados. A pesar de ello, serían igualmente anexados.
Una vez sujeto el territorio huanca al Estado incaico, se procedió con una reconfiguración que lo dividiría en tres sectores: Ananguanca (Hanan Huanca, el sector de arriba), Lurinhuanca (Hurin Huanca, el sector de abajo) y Atunxauxa (Hatun Xauxa, el sector principal y núcleo político inca-huanca). Estas entidades territoriales se conservarían aún después de la fractura del propio Imperio incaico, hasta bien entrada la época virreinal.
En la parcialidad de Atunxauxa se edificaría la ciudad inca de Hatun Xauxa, que se volvería el nuevo gran centro administrativo, urbano y comercial en la región huanca.
Los huancas también serían usados en calidad de colonos incaicos, como lo demuestra la actual población de Huancas en Chachapoyas.
La familia noble huanca de los Apoalaya, jefes de la parcialidad de Ananguanca, fue la mayor aliada local del Imperio incaico. Su curaca principal incluso fue recompensado con la entrega de una esposa inca noble, llamada Mullo Maca, por los servicios prestados al padre de esta, llamado Cayo (Colla) Topa, militar incaico al servicio del inca Huayna Cápac que participó en las campañas bélicas del norte (actual Ecuador).
Apo Apolaya, otro jefe de la familia, recibió también una esposa inca llamada Manco Yarro. Adicionalmente hace referencia a que un inca llamado "Caxi Gualpa" le había autorizado a heredar el título de gobernante de su parcialidad. Sobre la remembranza de las órdenes emitidas durante el Incanato para justificar sucesiones políticas huancas se hablará más adelante.
Al parecer, durante la guerra civil incaica los huancas apoyarían al bando huascarista del Cuzco, lo cual les acarrearía problemas en contra de las implacables fuerzas atahualpistas que venían de triunfo en triunfo.
Contacto con los españoles
Los curacas huancas tendrían las primeras noticias acerca de los españoles cuando estos consiguieron apresar sorpresivamente a Atahualpa en Cajamarca, decapitando la cadena de mando de los ejércitos atahualpistas que todavía estaban repartidos en diversos puntos de los Andes.
Verían en los hispanos una oportunidad de salvaguardar su propia integridad debido a que las fuerzas del general atahualpista Chalcuchímac se encontraban en las cercanías, quien eventualmente podría buscar desquitarse con ellos.
De esta forma, enviaron regalos a los españoles según la tradición andina de relaciones de poder, de reciprocidad y redistribución. Sin embargo los hispanos, al no comprender el trasfondo simbólico de estos actos, lo interpretaron como una muestra de sumisión.
Ellos, por su parte, enviarían 3 expediciones al territorio huanca. Todas tendrían como objetivo arribar a la en ese entonces mayor urbe de la zona, la ya mencionada Hatun Xauxa.
La expedición de Pedro Martín de Moguer sería la primera en alcanzarla en 1533, además de ser los primeros en percatarse de la potencialmente peligrosa presencia de Chalcuchímac.
La segunda expedición fue la comandada por Hernando Pizarro, quien tendría como objetivos eliminar a las fuerzas atahualpistas del área del Mantaro, continuar avanzando por el sur hasta el santuario de Pachacámac y saquear sus tan ponderadas riquezas. Mientras Pizarro y Chalcuchímac se enfrentaban en estratagemas diplomáticos (resultando con la partida de este último hacia Cajamarca), comenzó la época de fiestas y borracheras conforme lo dictaba la costumbre andina del tinkuy.
Este cargaba con una fuerte connotación ritual que cumplía diversas funciones simbólicas como la renovación de los vínculos, la reconciliación y el culto a los antepasados. Era un método empleado frecuentemente por los incas para enlazarse con sus dominios.
La enorme plaza de Hatun Xauxa (en la que según el cronista Miguel de Estete cabían hasta 100,000 personas) fue escenario de grandes bailes, cantos y celebraciones durante varios días que fueron presenciadas por los españoles como discretos testigos.
La última expedición española en arribar estaría dirigida por el mismísimo Francisco Pizarro, quien refundaría Hatun Xauxa como una nueva ciudad hispana que sería capital de la gobernación de Nueva Castilla.
Sin embargo, el proyecto quedaría inconcluso debido a su rápida partida hacia el sur. Tanto la nueva Jauja como la antigua Hatun Xauxa pasarían entonces a segundo plano, aunque quien se llevaría la peor parte sería la última.
Alianza hispano-huanca
Durante la guerra contra los remanentes atahualpistas
Para evitar sufrir las represalias de Chalcuchímac, las élites huancas habían proveído a los españoles con comida, armas y efectivos, lo cual daría el inicio a la alianza efectiva entre los curacas del Mantaro y los conquistadores.
Esto lo hicieron no solamente con la finalidad de conseguir protección ante los remanentes atahualpistas acechantes, sino con miras al futuro y esperanzas por la paz tras el descalabro ocasionado por la guerra civil incaica.
Estas ideas están particularmente encarnadas en el curaca huanca Jerónimo Guacrapaucar, quien siempre se mostró obediente y leal ante los españoles con la esperanza de ganarse su favor para obtener provechos después.
Por ejemplo, alentaría a los pobladores huancas a colaborar como cargadores en el transporte de ingentes cantidades de oro y plata, botines que serían capturados de sitios incaicos abandonados o de porciones encontradas del tesoro que pagaría el rescate de Atahualpa.
Por su buena relación con los colonos españoles, su rápida conversión y gran devoción hacia la fe cristiana; disfrutó del derecho a usar "Don" delante de su nombre, junto con los demás curacas huancas.
Los huancas participaron en el bando español en las batallas finales contra lo que restaba de los remanentes atahualpistas y pasaron por el nuevo "Imperio incaico" títere inaugurado por los españoles.
El segundo emperador del Incanato títere, Manco Inca, desertaría y se rebelaría en contra de los españoles, la nobleza incaica restante y las demás etnias. Sentía que los primeros solamente lo estaban utilizando mientras discretamente se afianzaban cada vez más en las estructuras de poder andinas.
Durante la rebelión de Manco Inca
Existen indicios de que al principio algunos curacas huancas vieron con cierta simpatía este levantamiento, aunque la llegada del militar español Alonso de Alvarado al valle del Mantaro revocaría la situación y decantaría el apoyo de los curacas hacia el bando capitaneado por los hispánicos.
De esta forma, se enfrentarían a las fuerzas rebeldes en las cercanías de Jauja. Sin embargo, en aquella batalla serían los rebeldes de Manco quienes se alzarían con la victoria, pereciendo 50 españoles. Los huancas, quienes conformaban las tropas de vanguardia y mayoría en el ejército, no fueron capaces de detener el embate de los de desertores, reduciéndose prácticamente a carne de cañón.
La derrota obligaría a los españoles a retirarse, dejando a los huancas a merced de las represalias de Manco.
A diferencia de Chalcuchímac, quien pensaba exterminarlos a todos, él buscó acrecentar el impacto psicológico mediante la humillación del principal ídolo huanca, Huarivilca, arrastrándolo por colinas, caminos y ciénagas hasta arrojarlo hacia un río. Posteriormente ejecutaría a todos los servidores religiosos de tal. Según otras versiones, habría sido Vicente de Valverde el destructor del ídolo huanca.
A pesar de lo maltrechos que estaban quedando, Jerónimo Guacrapaucar mantenía esperanzas de poder llevar adelante a su pueblo ante las adversidades y que si redoblaban los esfuerzos en apoyo de los españoles, serían merecedores de privilegios y recompensas que los encaminarían en un futuro próspero.
Él también buscaba evitar a toda costa la ocupación española directa en el territorio huanca (especialmente para prevenir la instalación de encomiendas). Entre tanto, las fuerzas de Manco Inca pronto se retirarían debido a lo insostenible de su situación estratégica.
La siguiente oportunidad perfecta para demostrar la valía huanca ante los castellanos llegaría durante la rebelión de Francisco Hernández Girón, disgustado ante las nuevas leyes que suprimían el poder de los encomenderos españoles.
Durante la rebelión de Hernández Girón
Girón iniciaría su rebelión en el Cuzco y posteriormente tomaría rumbo a Lima, debiendo pasar obligatoriamente por el valle del Mantaro.
Los españoles tomarían urgentemente medidas para rechazar el avance de sus fuerzas, despachando un ejército comandado por el capitán castellano Lope Martin y el noble huanca don Carlos Limaylla (pariente de Jerónimo), con un total de 50 españoles y más de 500 huancas que se enfrentarían a los gironistas.
Sin embargo, la moral entre los efectivos huancas era baja, motivo por el cual se postula que la presencia de Limaylla era únicamente para cohesionar sus fuerzas y evitar un desbande masivo que hubiese abandonado al capitán Martin.
No se produciría un choque real entre ambas fuerzas, aunque Girón la pasaría cometiendo atrocidades, requisamientos y pillaje en contra de los huancas por su apoyo a la Corona.
Una gran cantidad de ellos fueron forzados a vivir como esclavos de los gironistas, principalmente como porteadores.
El pueblo huanca no solía compartir el mismo optimismo y entusiasmo de sus líderes, especialmente en los casos de Jerónimo Guacrapaucar y su hijo, Felipe Guacrapaucar. Las fuerzas españolas estaban viéndose severamente debilitadas a pesar de haber logrado expulsar a Girón de vuelta hacia el Cuzco.
Alonso de Alvarado, ascendido a Mariscal desde la sublevación de Manco Inca, renovó a las fuerzas realistas quienes reanudaron su contraataque. Durante este, el apoyo huanca se reduciría a tareas de abastecimiento como cargadores.
Guacrapaucar estaba resuelto a ganarse el respeto y confianza de los españoles que podría mejorar su situación en algún futuro próximo, a pesar de todo el agobio que sus pobladores vivían tras años de continuas guerras civiles y rebeliones.
No obstante la destreza militar de Alvarado, los gironistas obtendrían un contundente triunfo en la batalla de Chuquinga, en la que incluso auxiliares indígenas del ejército realista traicionarían al mariscal, robando víveres, provisiones y eliminando a soldados españoles que huían del campo de batalla.
Alvarado fallecería poco después producto de las heridas recibidas.
En consecuencia a este desastre, las fuerzas fieles a la Corona decidirían retomar el teatro de operaciones en Xauxa, recobrando los huancas su protagonismo. El caos es generalizado, ya que los gironistas se dedicaban a cometer abusos en contra de las poblaciones locales y españolas que iban encontrando (incluso al punto de saquear Cuzco y Arequipa).
El encuentro final de la guerra en contra de las fuerzas de Hernández Girón se dio en la batalla de Pucará.
Jerónimo Guagrapaucar tomó el papel de ser el más entusiasmado con ofrecer apoyo a los españoles, acordando con los demás curacas huancas la entrega voluntaria de suministros a las fuerzas realistas.
Quedaría entonces como el principal artífice de despachar miles de efectivos huancas hacia las tropas realistas que se dirigían desde el Cuzco hacia el altiplano, último reducto de las fuerzas gironistas cada vez más acorraladas debido a las continuas deserciones y reveses militares que el éxito en Chuquinga no pudo solventar.
Aunque este despacho fue hecho con una genuina intención de ayudar, lo único que consiguió fue desangrar a su propio pueblo debido a que muy pocos huancas regresaron con vida.
Jerónimo, al igual que otros curacas del Mantaro, asistió en persona a la batalla de Pucará, aunque no participó en la lucha.
Decidido a demostrar a cualquier precio la valerosidad huanca ante los que él veía como expectantes ojos hispanos, se propuso desempeñar aunque sea labores de apoyo logístico, en parte debido a su edad.
El fin justificaba los medios, y el fin era lo que el consideraba como el bienestar de su propio pueblo ante una predecible y total hegemonía española. Para su fortuna, el último esfuerzo le valdría la pena, pues Pucará se saldaría con la derrota total y el desbande de los gironistas.
Polémica sobre la captura de Girón
Hernández Girón decidiría escapar con rumbo a Lima, aunque sería apresado en el mismísimo valle del Mantaro, lugar natal de los huancas. Según el cronista Felipe Guamán Poma de Ayala, fueron los propios huancas quienes capturarían y apresarían a Girón, quien se encontraba acompañado por un mermado séquito de soldados que todavía le eran fieles.
Poma es el único cronista que le otorga el mérito principal a los efectivos huancas, debido a que otros cronistas españoles y mestizos buscarían minimizar el impacto huanca en la captura.
Particularmente notables son las declaraciones escritas del cronista hispano Diego Fernández de Palencia, quien describe la participación general huaca en el conflicto como poco colaborativa y estorbosa, ejecutando acciones inútiles y calificando a sus efectivos como cobardes y apocados.
Él y el cronista Inca Garcilaso de la Vega atribuyen la captura de Girón a los militares europeos, no a los huancas. Sin embargo, otros testigos españoles reconocen el decisivo e importante papel huanca en la derrota y captura del prófugo de Pucará.
El motivo del desdén de Fernández de Palencia pudo haber sido el obstáculo que suponían los deseos de reconocimiento de los líderes huancas en contra de los intereses de algunos españoles sobre los territorios del Mantaro.
El propio don Jerónimo Guacrapaucar y el también curaca huanca Francisco Cusichac (gobernador de Atunxauxa) aseveran que fueron sus hombres quienes lograron capturar a Girón.
El tan esperado reconocimiento que esperaban por parte de los españoles se redujo a unas felicitaciones por parte de Juana de Austria, mientras que el mérito de la captura de Girón fue exclusivamente conferido por las autoridades virreinales a los militares hispánicos Gómez Arias de Ávila y a Arias Maldonado, quienes participaron en el apresamiento.
Hubo algunas protestas entre otros militares españoles (destacando el capitán Juan Tello Sotomayor) que también habían estado presentes en la captura de Girón y reclamaban la obtención de recompensas, aunque ignorando completamente la participación huanca.
Para 1547, la ciudad de Hatun Xauxa estaría ya totalmente abandonada según lo atestigua el cronista Pedro Cieza de León, despojando a los huancas de uno de sus mayores bastiones hasta ese momento. No obstante, el fin de Hatun Xauxa no marcaría el final de la participación huanca en la empresa expansionista española.
Las Probanzas huancas (1558-1561)
Los curacas huancas habían quedado satisfechos con su colaboración en la pacificación de los territorios conquistados por los españoles, por lo que procedieron a efectuar los reclamos por la entrega de beneficios de los que se sentían merecedores.
Para ello comenzaron a escribir las Probanzas, eran básicamente listas de méritos.
Célebre es el caso de las Probanzas de 1558, pues es uno de los registros históricos de que demuestra el quipu fue efectivamente un sistema de escritura andino. Los curacas huancas empezaron a "leer" los quipus que traían consigo ante la Real Audiencia de Lima, apoyados por intérpretes y escribas españoles.
Cieza describe el caso particular de Jerónimo Guacrapaucar, quien lo dejó totalmente anonadado con la lectura de su quipu.
En la última Probanza huanca, realizada en 1561, el curaca de Atunxauxa Francisco Cusichaqui hace un llamado a la preservación de los privilegios de su familia noble, su exoneración de cualquier tipo de tributo y a la prioridad de su parcialidad sobre las otras. Felipe Guacrapaucar solicitaría condiciones similares.
De esta manera, las parcialidades de Atunxauxa y Luringuanca cobrarían un rol protagónico en la situación geopolítica del Mantaro, en desmedro de la taciturna Ananguanca.
Hicieron especial énfasis en el rechazo a la posibilidad de que sus parcialidades sean asignadas a los encomenderos, situación que empezaba a tornarse riesgosamente factible gracias a los incesantes reclamos de estos mismos.
Hasta el momento, el Mantaro se encontraba relativamente libre de latifundios españoles. Sin embargo, ya se habían producido algunos tensos roces con los encomenderos (como el caso de la explotación de pobladores en las minas de Antusulla), lo que avivó las inquietudes huancas.
Cusichaqui prefería que en todo caso, su territorio pase a administración directa de la Corona española, mientras que F. Guacrapaucar exigía que él mismo se convirtiese en el encomendero de sus dominios.
También había propuesto que los nobles locales pudiesen ser elegidos en los cargos regionales de la administración virreinal, tal cual lo habían sido durante la administración incaica.
De esta forma, por lo menos serían capaces de proteger a sus subordinados de los evidentes abusos que los encomenderos cometían dentro de sus territorios. El futuro era cada vez más incierto.
Información de 1570
Las informaciones recogidas en Concepción por parte de la comitiva del virrey Francisco de Toledo marcaron la última vez que la élite huanca cobraría notoriedad en los documentos virreinales.
En ellas también se habría hecho uso de los quipus como medio de comunicación.
Toledo siempre se mostró reacio a aceptar la existencia de noblezas locales que pudieran amenazar la integridad gubernamental española en América, por lo que sus acciones siempre buscaban sutilmente espolear una desarticulación política indígena.
Ejemplos conocidos son la toma definitiva del reducto de Vilcabamba, la desobediencia al rey mediante la ejecución de Túpac Amaru I y la propagación de la imagen de un Imperio incaico tiránico, opresor y villanesco, tarea encargada al cronista Pedro Sarmiento de Gamboa.
Uno de los afectados por las políticas anti-indígenas de Toledo fue el propio curaca huanca Felipe Guacrapaucar, exiliado del valle del Mantaro por 10 años, sin la posibilidad de ejercer influencia alguna en las políticas de las parcialidades huancas.
Entre las tantas investigaciones efectuadas por el virrey y sus hombres, se indagó sobre los "pleitos de Jauja", poco esclarecidos episodios que involucraban discordias entre los nobles del Mantaro e incluso numerosas muertes de pobladores huancas durante los trayectos hacia Lima.
Resulta que desde la desaparición del orden centralizado cusqueño, la cuestión de la de sucesión en las jefaturas había entrado en un tenso y turbio clima de inestabilidad política, en el cual los enfrentamientos entre señores huancas no eran raros.
Inclusive se harían continuamente apelaciones a las órdenes emitidas durante el Imperio incaico, así como sus vínculos con ellos, como argumentos para obtener legitimidad en la herencia de los curacazgos.
Esto es algo que también ocurrió en las serranías de Lima, durante la riña territorial entre cantas y chacllas que ascendería hasta buscarse resolver por las vías legales ante los españoles. Para aquello, muchos se justificarían en los designios incaicos que habían trazado ciertas fronteras étnicas durante sus años de hegemonía.
Regresando a la cuestión huanca, el problema buscó zanjarse con la imposición de la sucesión hereditaria, con la mismísima Corona española como última instancia. Tras disponer de medidas provisionales, Toledo proseguiría con su trayecto hacia Huamanga.
El visitador Jerónimo de Silva sería la persona designada por el virrey para culminar con la resolución de los problemas que carcomían la estabilidad de la élite huanca, elaborando la llamada "Averiguación sobre cacicazgos".
Sin embargo, esto no logró apaciguar completamente el fraccionamiento cada vez mayor en todos los niveles de la política nativa del Mantaro, que ya había iniciado un inexorable proceso de desintegración.
Destino
La región huanca virreinal se caracterizaría por una constante inestabilidad política, aunque con una fuerza mucho menor a las primeras décadas turbulentas de la instalación española.
En relación a lo ocurrido con Felipe Guacrapaucar, tras ser desterrado de su tierra natal por supuesta malversación de fondos (gastar el dinero comunal de su parcialidad en juicios para mantenerla a flote), continuaría obseso por garantizar el bien común ante los continuos conflictos contra encomenderos, funcionarios estatales virreinales e incluso en contra de otros nobles huancas, su propio hermano incluido (Carlos Limaylla).
A pesar de que estaba mucho mejor capacitado tanto en los métodos andinos como en los europeos, la estrategia escogida para alzarse como el curaca legítimo de Luringuanca y su incesante búsqueda por preeminencias para su parcialidad y linaje terminaría propiciando su encarcelamiento.
Él y su descendencia jamás volverían a participar en las políticas huancas.
A partir del gobierno del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, la élite huanca y su dominio efectivo empezarían a debilitarse marcadamente (en parte debido a los ya mencionados pleitos por cuestiones de herencias nobiliares), hasta que la identidad étnica huanca se disolvería completamente dentro de un margen de homogenización y sincretismo masivos que se gestaba a lo largo de los Andes.
Surgimiento de una identidad "neo-huanca"
La historia de los huancas quedaría prácticamente perdida durante las décadas siguientes.
Fue rescatada por los numerosos trabajos arqueológicos y etnohistóricos iniciados en el siglo XX; ejemplos están la obra precursora de Galvez Durand y en particular el libro de Waldemar Espinoza Soriano titulado "La destrucción del imperio de los incas" (finales de los años 70's), dando origen a una idea moderna que tiene como base la bravura y rebeldía huanca en los tiempos precolombinos
Esta atractiva postura se esparció rápidamente en la mentalidad de los actuales habitantes del valle del Mantaro, como un estímulo moral que colaboró con la creación de una redefinida identidad "neo-huanca".
Tiene como meta ensalzar los valores asociados a los huancas y su historia para servir como guía identitaria, legitimando la necesidad de encumbrar a la creciente Huancayo de los años 20's-50's (gracias al auge de las grandes inversiones y proyectos mineros) como una urbe protagónica del territorio peruano, recurriendo a justificaciones históricas y raigambres ancestrales.
La exacerbación emocional que apela a la nostalgia de un supuesto pasado glorioso se ha imbuido en las mentes de los jaujeños a tal grado de consumarse la construcción un Parque de la Identidad Huanca.
División política y críticas acerca de la denominación de "reino"
La región huanca estuvo dividida en 3 parcialidades: Hatun Xauxa (Atunxauxa), Hurin Huanca (Luringuanca) y Hanan Huanca (Ananguanca), cada una de ellas gobernada por un curaca principal y un séquito de nobles emparentados. Esta configuración geopolítica contiene claros indicios de una manipulación incaica.
Sobre la organización política en las décadas anteriores a la llegada inca, se les encuadraba en la categoría de "tribu". Sin embargo, Espinoza Soriano acuñaría por primera vez la denominación de "reino" a los huancas de tiempos preincaicos a partir de finales del siglo XX.
El planteamiento sobre la existencia de un "reino huanca" es equiparado al existente acerca del Reino de Quito defendido por Juan de Velasco, siendo ambos más un mito con propósitos políticos que una teoría etnohistórica-arqueológica válida.
La denominación de "reino" es imprecisa pues los curacas huancas, lejos de servir a un señor principal, eran autónomos y equivalentes entre sí (de ahí su clasificación organizacional como una sociedad de jefatura).
Investigaciones arqueológicas han demostrado un "gran fraccionamiento político" en los tiempos inmediatamente anteriores a la tercera expansión incaica, resquebrajando la propuesta de Espinoza acerca del susodicho reino.
Organización poblacional
Los huancas se concentraban en aldeas rústicas que solían circundar a los principales centros administrativos de sus respectivas élites (por lo menos en el caso de la ciudad inca de Hatun Xauxa).
Estos últimos estaban construidos en lugares elevados y de difícil acceso, como colinas elevadas o al borde de barrancos. En la actualidad hay a lo largo del valle restos de 20 llactas y más de ochenta centros de almacenamiento de alimentos llamados colcas (si bien es cierto que estas últimas parecen haber sido una introducción incaica).
Waldemar Espinoza atribuye la capital huanca al sitio de Tunanmarca. Fue una "ciudad" fortificada de más de 2 kilómetros de ancho y más de medio de largo. Contiene una estructura palaciega en la que se alojaban los nobles huancas residentes.
Se viene cuestionando también el carácter de ciudad atribuido al yacimiento, debido a la ausencia de evidencias de diferenciación espacial o de especialización de la supuesta población en diferente campos manufactureros.
Religión
Los huancas reconocieron como lugar de origen o pacarina a la fuente de Huarivilca, a seis kilómetros de Huancayo, y como supremo creador a Apu Con Ticsi Viracocha Pachayachachi, a quien ofrecían sacrificios de ganado, cuyes y presentaban ofrendas de oro y plata. Viracocha fue un dios universal del mundo andino, pero los huancas tuvieron a dos dioses nacionales propios que fueron Huallallo Carhuancho y Pariacaca, al cual también ofrecían sacrificios. Los huancas creían en la inmortalidad del alma, por cuyo motivo momificaron a los muertos. Los envolvían en pellejos de llama, los cosían y le deban figuras humanas y los enterraban en sus casas.
Después de la llegada de los españoles al valle del Mantaro, y con la disolución de la llamada cultura Huanca, los pobladores de la zona, al igual que en gran parte del Perú, adoptaron el cristianismo católico como su religión.
Organización social
Existen muy pocas evidencias de la organización social de los huancas, aunque esas pocas huellas señalan que se trató de una sociedad cuyo desarrollo se basaba en el patriarcado y el trabajo colectivo. Cada ayllu estaba regido por un jefe que recibía apoyo y consejo de los ancianos. Como la labor principal era la agricultura, los ayllus participaban mancomunadamente en la siembra y cosecha y construcción de colcas para las reservas de alimentos, sobre todo granos y papas. Para la defensa de la integridad territorial también intervenían los ayllus de las diversas parcialidades en la construcción de sus fortalezas. La misma colaboración se daba en la práctica de los oficios religiosos y en la presentación de sacrificios y ofrendas.
Economía
Además de la agricultura y la ganadería, los huancas practicaron el comercio con los reinos vecinos y avanzaron hasta la costa. El principal intercambio fue con los tarumas y los Chincha de donde se aprovisionaban de sal. Los productos utilizados para el trueque eran maíz, charqui, lana, coca. Llevaban también sus productos hasta la selva para proveerse de ají, algodón y condimentos.
Cultura
La cerámica de rústico acabado y monocroma, era más de carácter utilitario que artístico. Para las ceremonias religiosas utilizaban vasijas pequeñas a manera de juguete. Tuvieron instrumentos musicales de arcilla, pero lo peculiar del reino era una especie de corneta hecha del cráneo de los perros, animal al que guardaban especial aprecio para sus ritos. La música de dichos cráneos era melodiosa y en las guerras tocaban con estruendo, para producir terror en sus enemigos. La lengua fue un dialecto del runashimi que todavía se sigue hablando en algunos poblados.
Véase también
Bibliografía
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Notas y referencias
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- ↑ Mallma Cortez, Arturo (2004). Introducción a la arqueología e historia de los Xauxa Wankas. Biblioteca Nacional del Perú - Fondo Editorial.
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- Matos Mendieta, Ramiro (1978). Primeras sociedades sedentarias del Mantaro. III Congreso del Hombre y la Cultura Andina - Lima pp 285-293.
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