Tercera guerra de Silesia
La Tercera guerra de Silesia (en alemán: Dritter Schlesischer Krieg) fue una guerra entre Prusia y Austria (junto con sus aliados) que duró de 1756 a 1763 y confirmó el control de Prusia de la región de Silesia (ahora en el suroeste de Polonia). La guerra se libró principalmente en Silesia, Bohemia y Alta Sajonia y formó un escenario de la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Fue la última de las tres guerras de Silesia libradas entre la Prusia de Federico el Grande y María Teresa I de Austria a mediados del siglo XVIII, los tres terminaron en el control prusiano de Silesia.
Tercera guerra de Silesia | ||
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Parte de la guerra de los siete años y las guerras de Silesia | ||
Granaderos prusianos avanzando en la batalla de Leuthen, como lo describe Carl Röchling. | ||
Fecha | 1756-1763 | |
Lugar | Silesia, Bohemia y Alta Sajonia | |
Resultado | Victoria prusiana | |
Beligerantes | ||
Comandantes | ||
Este conflicto puede verse como una continuación de la Primera y Segunda guerra de Silesia de la década anterior. Después de que el Tratado de Aix-la-Chapelle pusiera fin a la Guerra de Sucesión de Austria, Austria promulgó amplias reformas y cambió su política diplomática tradicional para prepararse para una nueva guerra con Prusia. Al igual que con las guerras silesianas anteriores, ningún evento desencadenante particular inició el conflicto; más bien, Prusia atacó de manera oportunista para desbaratar los planes de sus enemigos. El costo de la guerra en sangre y tesoro fue alto para ambos lados, y terminó de manera inconclusa cuando ninguno de los principales beligerantes pudo sostener el conflicto por más tiempo.
La guerra comenzó con una invasión prusiana de Sajonia a mediados de 1756 y terminó con una victoria diplomática prusiana con el Tratado de Hubertusburg de 1763 , que confirmó el control prusiano de Silesia. El tratado no dio lugar a cambios territoriales, pero Austria acordó reconocer la soberanía de Prusia en Silesia a cambio del apoyo de Prusia para la elección del hijo de María Teresa, el archiduque José, como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El conflicto formó parte de la actual rivalidad entre Austria y Prusia. Eso moldearía la política alemana durante más de un siglo. La guerra aumentó enormemente el prestigio de Prusia, que ganó el reconocimiento general como una de las principales potencias europeas, y de Federico, quien consolidó su reputación como un comandante militar prominente.
Contexto y causas
Si bien la Guerra de los Siete Años fue un conflicto global entre muchos beligerantes, su escenario centroeuropeo se centró en los rencores persistentes de la Guerra de Sucesión de Austria (1741-1748). El Tratado de Aix-la-Chapelle, que había concluido la última guerra, confirmó la toma del rey prusiano Federico II de la región de Silesia a la Monarquía de los Habsburgo a través de dos guerras de Silesia.[1] La derrotada archiduquesa María Teresa de Austria, sin embargo, tenía la intención de retomar la provincia perdida y reafirmar la hegemonía de Austria en el Sacro Imperio Romano Germánico. Después de que se restableció la paz, se dedicó a reconstruir sus fuerzas armadas y buscar nuevas alianzas.[2]
Conflictos sin resolver
Aunque Francia y Gran Bretaña reconocieron la soberanía de Prusia en Silesia bajo el Tratado de Aix-la-Chapelle, Austria finalmente se negó a ratificar el acuerdo, y el esposo de María Teresa, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Francisco I, retuvo la garantía del Sacro Imperio Romano Germánico para el control prusiano de la región en disputa. Prusia, a su vez, retuvo su consentimiento a la Pragmática Sanción, desafiando así la legitimidad de María Teresa como cabeza de la Monarquía de los Habsburgo.[3] A pesar de los vínculos dinásticos, el rey británico Jorge II veía a Prusia como un aliado y apoderado de los franceses, mientras que la emperatriz Isabel de Rusia veía al reino de Federico como un rival por influencia en la Mancomunidad polaco-lituana y temía que el creciente poder de Prusia obstruyera el camino de la expansión hacia el oeste de Rusia.[4] Las condiciones políticas y diplomáticas que habían llevado a las guerras de Silesia anteriores aún se mantenían, y parecía probable que se produjeran nuevos conflictos.[5]
En 1746, María Teresa formó un acuerdo defensivo con Isabel conocido como el Tratado de las dos emperatrices, que alineó a Austria y Rusia contra Prusia; una cláusula secreta garantizaba el apoyo de Rusia a las reclamaciones de Austria en Silesia. En 1750, Gran Bretaña se unió al pacto antiprusiano a cambio de garantías de apoyo austriaco y ruso en el caso de un ataque prusiano al Electorado de Hanover, que Jorge también gobernó en unión personal.[6] Al mismo tiempo, María Teresa, que se había sentido decepcionada con el desempeño de Gran Bretaña como su aliado en la Guerra de Sucesión de Austria, siguió el controvertido consejo de su canciller Wenzel Anton von Kaunitz-Rietberg al mantener relaciones más cálidas con el antiguo rival de Austria, el Reino de Francia.[7]
Revolución diplomática
Gran Bretaña elevó las tensiones en 1755 al ofrecer financiar el despliegue de un ejército ruso que estaría listo para atacar la frontera oriental de Prusia. Alarmado por este cerco, Federico comenzó a trabajar para separar a Gran Bretaña de la coalición austriaca aliviando la preocupación del rey Jorge por Hanover. El 16 de enero de 1756, Prusia y Gran Bretaña acordaron la Convención de Westminster, en virtud de la cual Prusia se comprometió ahora a garantizar Hanover contra el ataque francés, a cambio de la retirada de Gran Bretaña de su oferta de subvenciones militares a Rusia. Este movimiento creó una nueva alianza anglo-prusiana y enfureció a la corte francesa.[8]
Austria ahora buscaba relaciones más cálidas con Francia para asegurarse de que los franceses no se pusieran del lado de Prusia en un futuro conflicto por Silesia. El rey Luis XV respondió al realineamiento de Prusia con Gran Bretaña aceptando la invitación de María Teresa a una nueva alianza franco-austríaca, formalizada con el Primer Tratado de Versalles en mayo de 1756. Esta serie de maniobras políticas se conoció como la Revolución Diplomática.[9][10] Rusia, igualmente molesta por la retirada de los subsidios prometidos por Gran Bretaña, se acercó a Austria y Francia, accediendo a una coalición antiprusiana más abiertamente ofensiva en abril de 1756. Cuando Francia se volvió contra Prusia y Rusia se separó de Gran Bretaña, el plan de Kaunitz maduró hasta convertirse en un gran alianza anti-prusiana entre Austria, Rusia, varias potencias alemanas menores y Francia.[11]
Preparativos para la guerra
Mientras Austria y Rusia hacían abiertos preparativos para la reanudación de la guerra, Federico se convenció de que Prusia sería atacada a principios de 1757. En lugar de esperar a que sus enemigos se movieran en el momento de su elección, decidió actuar de forma preventiva, comenzando con un ataque contra el vecino Electorado de Sajonia, que correctamente creía que era un partido secreto de la coalición en su contra.[12] La estrategia general de Federico tenía tres partes. Primero, tenía la intención de ocupar Sajonia, ganando profundidad estratégica y utilizando el ejército y el tesoro sajones para reforzar el esfuerzo bélico prusiano. En segundo lugar, avanzaría desde Sajonia a Bohemia, donde podría establecer cuarteles de invierno y abastecer a su ejército a expensas de Austria. En tercer lugar, invadiría Moravia de Silesia, toma la fortaleza de Olmütz y avanza hacia Viena para forzar el fin de la guerra.[13] Esperaba recibir apoyo financiero de los británicos, que también habían prometido enviar un escuadrón naval al Mar Báltico para defender la costa de Prusia contra Rusia, si fuera necesario.[14]
Para empezar, Federico dividió los ejércitos de Prusia en tres. Colocó una fuerza de 20.000 al mando del mariscal de campo Hans von Lehwaldt en Prusia oriental para protegerse contra cualquier invasión rusa desde el este, con una reserva de 8.000 en Pomerania más lejana; Rusia debería haber sido capaz de aportar una fuerza irresistible contra Prusia oriental, pero el rey confió en la lentitud y desorganización del ejército ruso para defender su flanco nororiental. También colocó al mariscal de campo Conde Kurt Christoph von Schwerin en Silesia con 25.000 hombres para disuadir las incursiones de Moravia y Hungría. Finalmente, en agosto de 1756 dirigió personalmente al principal ejército prusiano de alrededor de 60.000 a Sajonia, comenzando la tercera guerra de Silesia.[15]
Métodos y tecnologías
La guerra europea en el período moderno temprano se caracterizó por la adopción generalizada de armas de fuego en combinación con armas blancas más tradicionales. Los ejércitos europeos del siglo XVIII se construyeron alrededor de unidades de infantería masiva armadas con mosquetes de chispa de ánima lisa y bayonetas. Los jinetes iban equipados con sables y pistolas o carabinas; La caballería ligera se utilizaba principalmente para reconocimiento, detección y comunicaciones tácticas, mientras que la caballería pesada se utilizaron como reservas tácticas y se desplegaron para ataques de choque. La artillería de ánima lisa proporcionó apoyo de fuego y desempeñó el papel principal en la guerra de asedio.[16] La guerra estratégica en este período se centró en el control de fortificaciones clave colocadas de modo que dominaran las regiones y carreteras circundantes, siendo los asedios prolongados una característica común del conflicto armado. Las batallas de campo decisivas fueron relativamente raras, aunque desempeñaron un papel más importante en la teoría de la guerra de Federico de lo que era típico entre sus rivales contemporáneos.[17]
Las guerras de Silesia, como la mayoría de las guerras europeas del siglo XVIII, se libraron como las llamadas guerras de gabinete en las que el estado equipó y suministró ejércitos regulares disciplinados para llevar a cabo la guerra en nombre de los intereses del soberano. Los territorios enemigos ocupados fueron gravados regularmente y extorsionados para obtener fondos, pero las atrocidades a gran escala contra la población civil fueron raras en comparación con los conflictos del siglo anterior.[18] La logística militar fue el factor decisivo en muchas guerras, ya que los ejércitos se habían vuelto demasiado grandes para mantenerse en campañas prolongadas solo con la búsqueda de comida y el saqueo. Los suministros militares se almacenaron en revistas centralizadas y se distribuyeron en trenes de equipaje, que eran muy vulnerables a las incursiones enemigas.[19] Los ejércitos eran generalmente incapaces de sostener operaciones de combate durante el invierno y normalmente establecían cuarteles de invierno en la estación fría, reanudando sus campañas con el regreso de la primavera.[20]
Referencias
- (Fraser, 2000, p. 202)
- (Wilson, 2016, pp. 478–479)
- (Fraser, 2000, p. 202)
- (Shennan, 2005, p. 49)
- (Fraser, 2000, p. 202)
- (Shennan, 2005, p. 49)
- (Clark, 2006, pp. 197–198)
- (Fraser, 2000, pp. 297–301)
- (Horn, 1957, pp. 449–464)
- (Black, 1990, pp. 301–323)
- (Fraser, 2000, pp. 293–294)
- (Fraser, 2000, p. 310)
- (Asprey, 1986, p. 427)
- (Fraser, 2000, p. 308)
- (Fraser, 2000, pp. 317–318)
- (Black, 1994, pp. 38–52)
- (Black, 1994, pp. 67–80)
- (Clark, 2006, p. 209)
- (Creveld, 1977, pp. 26–28)
- (Black, 1994, pp. 38–52)
Enlaces externos
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